martes, 17 de marzo de 2009

CAPÍTULO 6: EL DESTINO DE LOS CAMBIANTES



CAPÍTULO 6: EL DESTINO DE LOS CAMBIANTES

A las nueve y treinta y siete minutos de la mañana del cinco de Abril abandoné St. Thomas Hospital junto a mi guardaespaldas personal, Paris. Tras casi dos días de estancia en el lugar, Dora había aceptado a regañadientes liberarme. Había asegurado en varias ocasiones que vendría a visitarme lo antes posible, siempre y cuando yo le diese permiso para hacerlo, cosa que por supuesto hice. Me encantaba esa mujer.

-¿Necesitas que te lleve en brazos?-preguntó mi apuesto acompañante al contemplar mis desgarbados pasos.

-Claro que no-respondí un tanto ofendida.

Me contemplaba con preocupación, como si temiese que en algún momento mis torpes pasos pudiesen dar lugar a un irremediable desplome de mi cuerpo contra el frío pavimento. Admitía que quizá tuviese razones suficientes para desconfiar sobre mi escaso equilibrio. Era una persona a la que se le daban bien los deportes pero también los golpes. Siempre que jugaba a fútbol acababa con las rodillas peladas y ensangrentadas; cuando jugaba a voleibol mis muñecas adquirían un tono amoratado verdaderamente alarmante; con el béisbol solía acabar con el labio ensangrentado o alguna que otra herida en las piernas, ya que durante la carrera de base a base solía caerme o dar algún tropiezo y, cuando me decidía por el hockey, acostumbraba a acabar llena de cardenales. Lo reconocía, era patosa por naturaleza. Pero, aun así, normalmente ganaba los partidos o, al menos, quedaba en una buena posición.

Caminamos juntos a través del parking exterior ubicado frente al blanco edificio enladrillado que ahora abandonábamos. Contemplé con asombro la nitidez de las prendas de ropa que vestía. Anteriormente, éstas se habían hallado recubiertas de un espeso líquido rojizo, el mismo que seguiría adornando el piso de mi solitaria casa.

-¿Dónde vas?-pregunté al observar con confusión el trayecto que Paris efectuaba en dirección a uno de los autos que abarrotaban el aparcamiento.

-¿Creías que iríamos caminando?-inquirió con incredulidad.

La verdad era que sí que había esperado eso. Al fin y al cabo, estaba acostumbrada a recorrer grandes distancias cada mañana, cuando irremediablemente perdía el autobús que se dirigía a la facultad.

Paris me miró con aire ofendido segundos antes de abrir la puerta del copiloto de un deslumbrante Bugatti Veyron 16.4 Grand Sport . Me quedé totalmente atónita contemplando tal maravilla sobre ruedas. No es que fuese una adicta a los coches, pero conocía la identidad de ese deslumbrante auto por la sencilla razón de que era la novedad. Se trataba de uno de los vehículos más caros del mundo. Si no me equivocaba, su precio rondaba los 1,2 millones de libras, lo que era una auténtica locura.

Hasta ese momento no había presenciado a las personas que se arremolinaban alrededor de nosotros. Se mantenían alejados del coche, cómo si éste fuese un simple espejismo que no pudiesen si quiera imaginar a tocar.

-¿No piensas subir?-preguntó al advertir mi momentánea parálisis.

Parpadeé varias veces seguidas a la vez que intentaba dejar de hacer locas conjeturas sobre Paris y el deslumbrante auto. Desde luego tenía muchísimo que explicarme.

-Claro-murmuré segundos antes de penetrar en el interior del transporte ante la atenta y envidiosa mirada de los personajes que nos observaban de lejos.

Tras algunos pocos instantes, Paris se situó a mi derecha mostrando una gran sonrisa en su rostro.

-¿Te gusta?-quiso saber al arrancar el coche.

-Es...-farfullé cuando el voluble auto emprendió una rápida carrera-Genial-logré mustiar finalmente sin encontrar otro calificativo para describir tal belleza metalizada.

-Dora me dijo que os encantaban estos cacharros-dijo acelerando.

-¿Cuanto hace que conduces?-quise saber al presenciar su falta de miedo ante el volante.

-Unos...-se quedó pensativo algunos segundos-Cuatro días-comentó provocando que ejecutase una sarcástica risa-¿Qué te hace tanta gracia?-inquirió alzando la ceja derecha.

De repente me quedé helada. Mi cuerpo se volvió rígido como la piedra y mi mente se quedó fugazmente impedida.

-No lo dices en serio-dije en un débil susurro.

-¿Por qué debería mentirte?-cuestionó sin entender la causa de mi estado cercano al pánico.

Fijé mi aturdida vista en el marcador de la velocidad ubicado junto al volante. Marcaba 120 Km/h. Teniendo en cuenta que no nos hallábamos en la autopista, sino en las transitadas calles de Londres, estaba claro que la velocidad a la que íbamos era excesiva.

-¿Podrías aminorar la velocidad?-pregunté en un hilo de voz que denotaba súplica.

-Creí que os gustaba la velocidad-dijo en el instante en el que reducía la marcha hasta alcanzar los 70 Km/h.

-Gracias-murmuré.

-¿Qué te ocurre?-inquirió con preocupación desviando la vista de la concurrida carretera para posarla en mí.

-Por favor, mira la carretera-rogué con suavidad, intentando ocultar el pánico que sentía.

-No te preocupes. Tengo unos reflejos inhumanos-comentó esbozando una sutil sonrisa en su rostro sin dejar de contemplarme con inquietud-¿Te encuentras bien?

-Si.

En un principio creí haberle engañado con mi afirmación libre de vacilación, aunque su bello rostro seguía mostrando una ansiedad infundada. Desvié mi alterada vista hacia el lugar que Paris contemplaba con fijeza, justo al borde de mi asiento. Mis manos permanecían aferradas al mullido sillón color negro y mi cuerpo estaba experimentando leves tembleques que hasta aquel entonces no había apreciado.

-¿Por qué vibras?-preguntó preocupado y a la vez curioso.

Me extrañó la forma en la que planteó la cuestión. Ningún humano hubiese utilizado la palabra vibrar para referirse al verbo temblar.

-¿Acaso tú nunca tiemblas?

Esbozó una tenue sonrisa a la vez que volvía a depositar su vista en la estrecha calle.

-¿Nunca?-inquirí nuevamente algo perpleja.

-No-respondió resueltamente volviendo a fijar su vista en mí-¿Los humanos soléis hacerlo?

-Sólo cuando tenemos miedo o frío-respondí.

Me miró con confusión, como si no supiese de qué hablaba.

-¿Qué es miedo?-preguntó sin entender mi anterior explicación.

En un principio no supe qué responder. ¿Qué definición se le podría aplicar a miedo? Era una sensación humana que, por lo que acababa de averiguar, mi acompañante no era capaz de sentir.

-Es una sensación que experimentamos los humanos cuando tenemos...-medité algunos segundos intentando encontrar las palabras adecuadas-Cuando estamos angustiados o preocupados por algo. Por ejemplo, cuando un maníaco que acaba de aprender a conducir te sube a su coche y acelera a 120Km/h en un lugar plagado de transeúntes, podemos experimentar miedo-expliqué poniéndole como ejemplo, cosa que pareció agradarle, pues esbozó una vistosa sonrisa.

-Así que en este momento estas angustiada-dijo con cierta satisfacción.

-Algo-admití desaferrándome del asiento.

-No deberías estarlo-aseguró adelantando a varios coches por el carril contrario.

Rebatí su afirmación en mi fuero interno. No es que me sintiese desprotegida a su lado pero, teniendo en cuenta que él no parecía entender nada relacionado con los humanos y sus costumbres, era totalmente lógico que me sintiese un tanto intranquila.

-¿Y el frío?-preguntó tras permanecer algunos segundos pensativo.

En un principio no entendí su inesperada pregunta, aunque rápidamente rememoré nuestra anterior conversación.

-El frío es...-murmuré arrugando levemente la frente al no hallar una respuesta concreta para darle-Es difícil de explicar-aseguré-Se trata de una sensación que los humanos sentimos cuando...Cuando nuestros cuerpos se encuentran a una temperatura inferior a la normal.

-¿Por qué no la reguláis?

-¿Regularla?-pregunté confusa.

-No podéis hacerlo-dijo al contemplar mi desconcertado rostro-Sois verdaderamente fascinantes-aseguró volviendo a posar sus deslumbrantes ojos en la calzada.

-Creo que no sabes cual es el significado de fascinante-mustié al no hallar en los humanos indicio alguno de encantamiento.

-¿Por qué dices eso?

-Porque no hay nada especial en nosotros-contesté como si la respuesta fuese obvia-Absolutamente nada fascinante, alucinante o mínimamente interesante.

Permaneció durante algunos pocos minutos en un mutismo absoluto, seguramente cavilando sobre mi tajante respuesta.

-No creo que estés en lo cierto-comentó sin apartar sus brillantes retinas verdes de mí-Conocerte ha sido lo más increíble que me ha pasado en la vida.

Analicé su serena expresión en busca de burla o engaño alguno en sus palabras, aunque para mi sorpresa, no hallé en su perfecto rostro rastro alguno de falsedad.

-Los humanos tenéis una forma especial de ver el mundo-explicó-Vuestra mortalidad os hace especiales. Sois capaces de experimentar sensaciones para la mayor parte de nosotros impracticables.

-¿Eso es lo que nos haces especiales?-inquirí con sorna-¿Nuestra capacidad por sentir frío, calor, miedo, dolor, amor?

-Sin dudarlo-afirmó agrandando su hipnotizante sonrisa-Y no sólo eso. Todavía no sé como podéis hacerlo, pero tenéis la capacidad de transmitirnos esas sensaciones.

Permanecimos durante unos breves instantes en silencio, contemplándonos el uno al otro. Era totalmente ilógico que alguien como él, un ser tan magnifico y excepcional, sintiese que nosotros, simples humanos, teníamos algo que pudiese si quiera igualar su deslumbrante anomalía.

-Cuando te desmayaste sentí lo que llamas miedo-comentó logrando que dejase mis negativos pensamientos apartados-Jamás había experimentado algo parecido. Me...¿Cómo lo has llamado antes?-intentó rememorar-Me angustié.

Parecía orgulloso por haber sido capaz de experimentar miedo cosa que yo, por otra parte, intentaba no padecer. Quizá tuviese razón. Quizá ser capaces de padecer tales emociones nos hacía en parte especiales, al menos para ellos. Durante algunos minutos volvimos a sumirnos en un cómodo y sereno silencio.

-¿Por qué apareciste?-aquella pregunta hacía varias horas que rondaba mi cabeza.

-¿Cómo?-inquirió perplejo.

-¿Por qué apareciste en mi vida?-repetí buscando una respuesta aceptable.

Hasta entonces no había sabido nada de él ni de nadie de su desconocida especie y de repente, de la noche a la mañana, aparecía sin razón alguna desbaratando todos mis planes de futuro. Un futuro puramente humano.

-Es difícil de explicar-dijo con apreciable inquietud-Como bien sabes, los humanos estáis destinados a experimentar las emociones que os caracterizan justamente por ser lo que sois.

-Destinados-murmuré perfilando una tenue sonrisa en mi tez a la vez que negaba livianamente con mi rostro.

-Sé que no te gusta esa palabra, pero para nosotros el destino es fundamental-quiso explicar-Bueno, como te decía, de la misma manera que vosotros os veis ligados a vuestros sentimientos, nuestra especie experimenta cierto ligamiento a aquel ser que debemos proteger.

Fijé mi vista en el exterior, vislumbrando ante mí el hermoso paisaje que nos rodeaba. Nos hallábamos ante el St. James´s Park, lugar hermosísimo que conectaba con el puente de Westminster, lugar que habíamos cruzado poco antes. Allí era donde habían atinado el cadáver de mi madre. Intenté borrar la desgarradora imagen de mi mente y volví a posar mi vista en mi bello acompañante.

-¿Yo soy el ser que debes proteger?-inquirí en el instante en el que el joven borraba su peculiar sonrisa para mostrar un semblante serio que logró inquietarme.

-Por desgracia me temo que sí-mustió denotando pesar en sus palabras-No quisiera que creyeses que no me alegro de que seas tú la elegida-aclaró-Simplemente es peligroso.

-¿Si se tratase de otra persona dejaría de ser un problema?-quise saber.

No deseaba ser un estorbo para él. Rememoré las palabras de la muchacha rubia que me odiaba. También ella me veía como un peligro, como una amenaza para ellos. Aunque no sabía exactamente el porqué. Al fin y al cabo, no era más que una humana.

-No-respondió-El caso es que jamás hubiese tenido que ocurrir algo parecido-murmuró logrando que me sintiese repentinamente indigna-Ya hemos llegado-informó aparcando ante la oxidada verja que daba acceso al embarronado césped delantero que componía la entrada de mi casa.

Intenté desviar mi vista de la de mi acompañante en todo momento, cosa que él percibió. Salí del coche tan pronto como lo hizo él.

-¡Helena!-gritó una conocida voz.

Me giré atinando en la cera de enfrente a la agradable Señora Hurley. Era la vecina con la que mayor trato mantenía. Se trataba de una anciana mujer de cabello canoso, el cual siempre residía recogido en un perfecto topo. Su envejecido rostro mostraba amabilidad y sus oscuros ojos denotaban añoranza por un marido que tan sólo unos meses antes había sido enterrado en Merton & Sutton Joint Cementery.Era del tipo de personas que jamás aceptaban un no por respuesta y que siempre estaban dispuestas a ayudar en lo que hiciese falta, más para pasar el tiempo que por verdadero interés.

-Hola Señora Hurley-saludé amablemente cuando la anciana mujer cruzó la estrecha calle para plantarse ante mí con una gran tarta de manzana en las manos.

-Iba a visitarte al hospital-informó-Sé que te encantan las tartas de manzana y he pensado que quizá podría apetecerte un poco de comida casera. La comida del hospital sabe a rayos.

Sonreí mientras agarraba entre mis frígidas manos el caliente plato recubierto con papel de aluminio.

-Se lo agradezco muchísimo-agradecí de corazón.

La verdad es que me moría de ganas de darle un buen bocado a aquel exquisito manjar. La Señora Hurley era una magnífica cocinera. De hecho, durante su juventud se había dedicado a la cocina.

-No tienes nada que agradecerme-aseguró ejecutando un despreocupado gesto con la mano-Es un placer servir de ayuda. Debes estar pasándolo fatal-presupuso-Cuando mi querido Benjamin me abandonó...Jamás olvidaré lo que solía decirme: "Agradece que sigues viva y aprovecha lo que quede de tu existencia como si cada día fuese el último".

-Era un hombre muy sabio-dije sin saber exactamente como actuar ante tal situación.

No me gustaba hablar sobre los muertos y, mucho menos, si hacía tan poco que yo había perdido a un ser querido.

-Sabes que valoraba mucho a Alicia-me hizo saber-Debemos pensar que ahora está en un mundo mejor.

Sonreí sin demasiadas ganas. Estaba empezando a incomodarme de verdad. Contuve la respiración unos segundos, cavilando la mejor forma de despedirme de mi indiscreta vecina sin parecer maleducada.

-Oh, ¿Quién es ese joven tan apuesto que te acompaña?-preguntó al avistar junto a la oxidada verja a Paris, el cual se hallaba recostado sobre el duro muro enladrillado con los brazos cruzados y la vista fija en mí.

-Se trata de un compañero de la facultad-mentí mirando de reojo a Paris, el cual ejerció una casi imperceptible sonrisa en su sereno rostro-Está siendo un gran apoyo para mí en estos momentos.

-Se vé que es una buena persona-aseguró estudiando a mi acompañante con una mueca de aprobación en su arrugado rostro.

-Señora Hurley, debo marcharme-informé esperando que no pusiese resistencia.

-Por supuesto. No es de buena educación hacer esperar a los invitados-aseveró esbozando una amable sonrisa en su tez.

-Le devolveré el plato lo antes posible-prometí.

-No te preocupes-dijo acariciando mi gélida mano derecha-Por ahora descansa y tómate un tiempo para ti. Yo ya tengo suficientes platos en mi casa-comentó afablemente.

-Muchas gracias-murmuré finalmente despidiéndome.

Caminé pausadamente hacia la puerta principal de mi casa escoltada en todo momento por Paris, que extrajo una menuda llave del interior de sus pantalones vaqueros para darme acceso a la entrada de la vivienda.

-¿De dónde...?

-Es la llave de la cerradura nueva-comunicó-Tuvieron que cambiar la puerta después del destrozo que la anterior sufrió-explicó sin borrar aquella sutil sonrisa pintada en su tez.

La verdad es que ni siquiera me había percatado del vistoso cambio. La añeja puerta principal había sido sustituida por un elegante portón de madera oscura con detalles metalizados grabados en el mismo listón.

-Siento no haber pedido tu opinión para elegir el estilo, pero al permanecer sedada me vi obligado a seleccionarlo yo-se disculpó al contemplar mi reflexivo rostro.

-Me encanta-aseguré pasando las yemas de mis dedos sobre la lisa superficie de madera nueva.

-Me alegra que te guste-comentó ingresando en la vivienda con una amplia sonrisa dibujada en su cara.

-¿Cuánto ha costado?-pregunté siguiendo sus pasos tras cerrar la puerta.

-Es un regalo por haberte roto la anterior-alegó posando sus refulgentes retinas en mí.

Entreabrí los labios con la clara intención de negarme a aceptar tal regalo. Estaba claro que le había costado muchísimo dinero, lo que era totalmente innecesario. Tan sólo hubiese tenido que cambiar el cerrojo de la antigua puerta, lo que le hubiese costado una quinta parte de lo que debía valer el grueso portón.

-No voy a aceptar ningún tipo de negativa-afirmó dejándome con la palabra en la boca-Déjame hacerte ese minúsculo regalo-rogó de manera emocionalmente chantajeante.

Resignada, me crucé de brazos e inspeccioné en un rápido vistazo la nítida estancia.

-¿Quién era la mujer de antes?-preguntó mostrando nuevamente su falta de discreción.

-Es mi vecina-respondí sin demasiado interés-Es una mujer muy agradable. Siempre nos ha ayudado a mi madre y a mí cuando lo hemos necesitado.

-¿Cuántos años tiene?-inquirió repentinamente dejándome confusa.

-Supongo que debe rondar los setenta y algo-respondí-¿Por qué lo preguntas?

Se quedó curiosamente pensativo. Al parecer le interesaba el tema, aunque no entendía la causa.

-¿Cuántos años puede vivir un ser humo?-volvió a preguntar con manifiesta curiosidad.

-Pues depende. Si no enfermas, la esperanza de vida de una mujer ronda los ochenta y pocos y la de los hombres los setenta y muchos-expliqué-Aunque siempre hay excepciones. Hay gente que ha alcanzado los cien años de edad.

-Cien años...-repitió en un susurro.

-¿Qué ocurre?-quise saber al percibir en su rostro preocupación.

-Nada-respondió con rapidez-Me ha asombrado vuestra corta esperanza de vida, nada más-aseguró volviendo a recalcar su nerviosa sonrisa.

-¿Cuántos años podéis vivir vosotros?-pregunté en el instante en el que me asentaba en el mullido sillón ubicado en el salón.

-Depende de la especie-comunicó.

-¿Acaso hay especies diferentes a la tuya?-inquirí intentando disimular mi emoción.

-Por supuesto-aseguró-¿Acaso vosotros no estáis compuestos por diferentes especies?

-Los humanos no-aseguré-Existieron en el pasado diferentes especies humanas: Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens, todos ellos de la familia de los homos. Dentro del último grupo se distinguen el Homo sapiens neanderthalis y el Homo sapiens sapiens, los actuales humanos. Pero dentro de los Homo sapiens no hay subdivisión posible. Somos sencillamente humanos.

-¿Y qué pasa con el resto de animales?-preguntó un tanto confuso.

-Bueno, la clasificación animal es bastante amplia. Dentro del Reino Animal encontramos diferentes tipos de animales, el Filo al que pertenecen. Existen alrededor de unos cuarenta filos, aunque la gran mayoría de animales se clasifican en Arthropoda, Mollusca, Porifera, Cnidaria, Platyhelminthes, Nematoda, Annelida, Echinodermata y Chordata-recité de memória-Dentro de éste último tipo es donde nos hallamos los humanos. Y, por si fuera poco, dentro de los Chordata distinguimos entre los urocordados, los cefalocordados y los vertebrados. Los dos primeros se agrupan con el nombre de procordados y el último es el perteneciente a los homos. Dentro de los vertebramos hallamos tres superclases: Agnatha, Gnathostomata y Tetrapoda. Por último dentro de la superclase Tetrapoda encontramos la clase de los mamíferos y, dentro de ellos, varios órdenes, familias, géneros y espécies-cité con una exactitud asombrosa incluso para mí.

La verdad es que no tenía mucho mérito saber de carrerilla el Filo animal si tenía en cuenta que estaba estudiando medicina y que me habían obligado a estudiar un millar de veces la nomenclatura animal.

-Entonces...-murmuró pensativamente-Sois Chordata-vertebrados-tetrapoda-mamíferos-homosapiens-determinó con una determinación sorprendente.

Sólo había nombrado una vez cada una de los grupos y clases. Y, asombrosamente, Paris ya era capaz, al menos, de recitar parte de ellos a la perfección. Se trataba de un ser verdaderamente extraordinario. Todavía recordaba cada hora invertida en aprender aquellos odiosos nombres en latín.

-¿Ves como sois fascinantes?-dijo agrandando su sonrisa a la vez que se sentaba junto a mí en el menudo sofá.

-¿Vosotros sois una única especie?-pregunté al imaginar a cada uno de los seres que debían parecerse al asombroso muchacho asentado junto a mí.

-Bueno...-murmuró pensativo-Teniendo en cuenta vuestra nomenclatura supongo que no. Algunos derivamos de los humanos y de muchos otros ni siquiera sabemos su origen.

-Todavía no me has dicho qué eres-insistí como veces anteriores-Te dije que no lo olvidaría.

Rió por lo bajo ante mi pertinaz comentario. No iba a darme jamás por vencida y él lo sabía.

-Soy lo que los humanos denomináis cambiante-nombró con tranquilidad.

-Cambiante-repetí alzando una ceja-¿Y qué se supone que es eso?-pregunté logrando que agrandase su deslumbrante mueca de satisfacción.

-Te dije que te diría qué era, no que te explicaría qué era-comentó con vistoso regocijo.

-No es cierto-contradije-Dijiste que responderías a todas mis dudas. A todas-recalqué.

-Vamos, puedes encontrar la respuesta en cualquier libro de literatura-aseguró sin intención de explicarme su don-Sólo debes buscar.

-No es justo-manifesté frunciendo los labios-¿Para qué quieres hacerme perder el tiempo?

-No se trata de perder el tiempo, sino de invertirlo haciendo algo útil-aseguró poniéndose en pie.

-Ten por seguro que no voy a pasarme semanas enteras buscando entre libros una respuesta concreta-declaré cruzándome de brazos.

-¿Y qué harás para encontrar la respuesta que buscas?-preguntó sin dejar momento alguno de utilizar un tono gozoso para hablarme que empezaba a fastidiarme.

-Lamento comunicarte que la tecnología ha avanzado muchísimo en los últimos siglos-informé con cierto jubilo-¿Quién necesita los libros cuando puedes recurrir a una fuente de información mucho más rápida?

Paris me contempló con confusión, sin saber a qué me refería. Pronto, su satisfactoria sonrisa fue perdiendo fuerza para transformarse en una liviana mueca que denotaba nuevamente curiosidad.

Me alcé rápidamente del mullido sillón y me dirigí hacia el piso superior seguida por mi fiel acompañante. Penetré en uno de los cuartos, situado ante a mi habitación. Se trataba de una menuda sala repleta de libros viejos y desgastados y notas colgadas de las paredes junto con los calendarios tachados de años pasados. Pero lo más importante de la sala no era su desorden, sino el casi oculto ordenador que se hallaba sobre el único mueble que decoraba la estancia, un añejo escritorio. Ni siquiera había una silla en la cual poder sentarme, pero eso ahora poco importaba.

-¿Qué haces?-preguntó mi compañero cuando pulsé el circular interruptor que encendió el ordenador.

-Supongo que no sabes que es esto, ¿Verdad?

Paris respondió a mi pregunta con un gesto de claro desconcierto, lo que agrandó mi dichosa sonrisa.

-Se trata de uno de los mejores inventos humanos de la historia: un ordenador-anuncié a la vez que encendía el monitor-Te va a encantar.

-¿Para qué sirve?-preguntó pasando las yemas de sus dedos sobre el empolvado monitor.

-Para muchas cosas. Entre ellas, para buscar la información que necesito-garanticé.

Tras algunos pocos minutos, el floral salvapantallas se mostró ante nuestros ojos. Agarré rápidamente el ratón y cliqueé sobre uno de los iconos que abarrotaban el fondo de escritorio. Con insufrible lentitud se abrió la página web referente a Google, dónde escribí la palabra cambiante en el alargado recuadro blanco. Vertiginosamente, aparecieron varios enlaces. Cliqueé en el primero de ellos, perteneciente a Wikipedia, dónde hallé la respuesta que buscaba.

En literatura, un cambiante es un ser humano (o algún otro tipo de criatura) que pueden cambiar de forma, generalmente adoptando la forma de otro ser vivo (otra persona o animal).

Leí en silencio cada una de las definiciones que hallé ante la penetrante mirada de Paris, que sonrió con efusividad. Intentando hacer caso omiso a su irritante mueca, seguí leyendo cada una de las definiciones.

El panteón de muchas mitologías incluye divinidades y otras criaturas sobrenaturales capaces de asumir la forma de animales o mortales. En la mitología griega, el ejemplo por excelencia es el de Proteo, que podía asumir cualquier forma a condición de no encontrarse inmovilizado...El folclore de muchos países incluye referencias a criaturas que pueden cambiar de forma; ejemplos tradicionales son los licántropos y los vampiros (estos últimos, según algunas interpretaciones, pueden transformarse en murciélagos u otras criaturas).

-Licántropos y vampiros...-farfullé más para mí misma que para mi acompañante.

-¿Has llegado a alguna conclusión?-me preguntó con claro interés.

-Bueno, no creo que seas ni un hombre lobo ni un vampiro-aseguré al contemplarle.

-¿Cómo estás tan segura?-inquirió acercándose lentamente a mí con una tenue sonrisa pintada en su bello rostro blanquecino.

-Porque los licántropos se transforman en lobos y los vampiros en murciélagos, no en adorables gatitos-mustié en un tono cándido que pareció agradar a mi acompañante.

-Siento llevarte la contraria, pero los vampiros tampoco pueden transformarse en murciélagos-aseguró dejándome totalmente de piedra.

Le observé con seriedad esperando que en cualquier instante emprendiese una fuerte risotada que pudiese sacarme del shock en el que me mantenía, aunque permaneció tan sereno como siempre. Sin denotar falsedad alguna en su rostro.

-No lo dices en serio-mustié al recuperarme ligeramente del momentáneo trance.

-¿Tan raro te parece? Los humanos tendéis a exagerar lo desconocido-aseguró sin rebatir en momento alguno su anterior afirmación.

-No me refiero al hecho de que puedan o no transformarse en murciélagos-declaré un tanto alterada.

-Los humanos tenéis unos cambios de humor muy extraños-dijo sin entender la causa de mi repentina inquietud.

-¿Existen?-logré balbucear.

-Por supuesto-respondió mostrando tranquilidad.

De repente se aparecieron en mi mente miles de imágenes referentes a los vampiros. Durante mi vida había visto cientos de películas basadas en ellos: seres inmortales, asesinos por naturaleza, chupadores de sangre, absorbedores de almas. Había miles de definiciones para explicar qué era un vampiro, y ni una de ellas le definía como un ser maravilloso de gran belleza y con poderes asombrosos destinados para hacer el bien. Sino más bien los definían como seres horripilantes, de largos colmillos, de tez pálida y fría, poseedores de una fiereza asombrosa.

-Helena, ¿Te encuentras bien?-inquirió mi preocupado compañero.

-Creo que si-murmuré tras parpadear varias veces seguidas-Necesito acostarme un rato-dije sin ser capaz de asimilar que tales seres se hallasen en el planeta.

Caminé hasta mi cuarto con la única intención en mente de tumbarme en mi cama y dormir durante horas. Me acosté sobre el mullido lecho ante la atenta mirada de Paris, que se mantenía junto a la puerta sin saber muy bien qué hacer.

-¿No tienes sueño?-pregunté consiguiendo que esbozase una liviana media sonrisa en su tez.

-No te preocupes por mí-aseguró dando media vuelta con la intención de marcharse.

-¡Paris!-llamé mientras me recostaba sobre la cama.

El guapísimo cambiante me contempló con nerviosismo, temiendo que hubiese podido ocurrirme algo durante el breve lapso de tiempo que había permanecido sin la vista fija en mí. Sonreí al contemplar su cara de vistosa inquietud.

-¿Podrías quedarte conmigo?-rogué al sentirme repentinamente sola.

-Claro que sí-respondió con cierta tranquilidad.

Al parecer, por lo que hasta entonces había podido comprobar, se sentía más nervioso cuando se hallaba lejos de mí. Y yo, por extraño que pareciese, me sentía desprotegida al no tenerle cerca. Recordé las palabras que Paris me había dedicado con anterioridad. En un principio me pareció extraña la explicación que había utilizado para definir la relación protector-protegido, aunque ahora estaba empezando a adquirir cierto significado. Era como si empezásemos a depender el uno del otro. Como si el distanciamiento pudiese afectarnos negativamente. Estaba empezando a creer que no sería capaz de subsistir sin la tranquilidad y seguridad que él me infundía.

domingo, 15 de marzo de 2009

CAPÍTULO 5: RESPUESTAS INCONCRETAS

CAPÍTULO 5: RESPUESTAS INCONCRETAS

A lo lejos escuchaba aquellos molestos murmullos que habían logrado despertarme del profundo sueño en el que había permanecido sumida durante horas. El sedante seguía haciendo efecto pues, aunque me mantenía despierta, mi adormecimiento apenas había disminuido. Los parpados me pesaban tanto que tan sólo era capaz de entreabrir mis cansados ojos y mi amodorrado cuerpo permanecía completamente estático bajo los finos lienzos blancos que lo cubrían. Jamás me había sentido tan cansada y jamás había tenido tantas de dormir como en aquel entonces. El sueño era lo único que podía alejarme de aquel mundo de sufrimiento y dolor en el que me hallaba.

Agudicé el oído cuando escuché escapar de unos desconocidos labios mi nombre. Quise abrir los ojos y contemplar a las personas que permanecían en la sala aunque, como veces anteriores, tan sólo fui capaz de alzarlos levemente. Tras ellos aparecieron tres borrosas figuras. Como la última vez que había despertado, hallé ante mi cama a dos individuos extraños para mí, los cuales estaban discutiendo acaloradamente. Junto a ellos se encontraba mi inseparable enfermera, la cual escuchaba la conversación sin intervenir. En un principió supuse que se trataba de los dos policías que con anterioridad me habían visitado aunque, al ojear por el rabillo del ojo la tranquilidad que la sanitaria mostraba, descarté esa idea. Poco a poco mis ojos fueron acostumbrándose al fulgor del lugar a la vez que aquellas ininteligibles palabras iban adquiriendo sentido para mí.

-¡Es humana!-escuché que vociferaba una de las personas desconocidas.

Su melodiosa voz penetró en mis ensordecidos tímpanos destaponándolos por completo. Se trataba claramente de una mujer, puesto que tal sonido jamás hubiese podido haber provenido de la grave voz de un hombre.

-No grites, la vas a despertar-murmuró otra voz.

Esta vez se trataba de un hombre, estaba totalmente segura. Su dulce voz me transmitió inminentemente una paz y serenidad insólita que pocos minutos antes había creído que no podría volver a sentir jamás. Sin conocer al sujeto, sentí conocerle.

-¿No hay suficientes no humanos en el mundo?-inquirió la mujer con enfado-Cuando la vi por primera vez creí que se trataba de una broma. Creí que me estabas tomando el pelo-aseguró claramente ofendida.

El silencio abarcó durante algunos interminables segundos la sala. Deseaba poder seguir escuchando la conversación ahora que mis oídos eran capaces de captar sin problema alguno cada una de las palabras que los sujetos elaboraban. Sentía una inexplicable curiosidad y, por ello, permanecí tan quieta como me fue posible, con los ojos cerrados y los labios sellados, en la dura cama del hospital . No quería llamar la atención más de lo necesario.

Era consciente de que había algo extraño en el sencillo diálogo que ejecutaban, aunque no era capaz de descubrir qué era exactamente lo extraño en él. Podía percibir la tensión que se vivía en el ambiente. La mujer permanecía en una postura hostil y claramente opuesta a la que presentaba el hombre, el cual se mantenía la mayor parte del tiempo en silencio y, cuando hablaba, lo hacía en un tono de voz bajo y armonioso que lograba apaciguarme. Era como si aquella susurrante voz pudiese borrar cualquier rastro de resentimiento, dolor y enfado dispuestos en mi interior.

-Va contra las normas-mustió de forma agresiva la fémina-Y tú mejor que nadie deberías saberlo.

-Lo sé-afirmó el hombre sin dejar de hablar ni un simple instante con aquel tono de voz reposado que parecía exasperar a la mujer-Pero también tú mejor que nadie deberías saber que no hay nada que pueda hacer para alejarme de ella.

-¡Podrías hacerlo si quisieses!-vociferó completamente encolerizada.

-Deyra, está sola-dijo el hombre en un tono de voz extremadamente dulce, el cual pareció ablandar el fuerte carácter de su compañera.

-¿Estás dispuesto a originar una guerra por esa?-no me agradó en absoluto ni el seudónimo con el que me mentó ni el tono repulsivo que utilizó para hacerlo.

Me pareció antipático e incoherentemente desdeñoso teniendo en cuenta que no me conocía lo más mínimo. ¿Cómo era posible que alguien me odiase tanto sin siquiera conocerme?

-Tiene nombre-mustió el hombre en un tono de voz inusualmente irritado.

Un impenetrable silencio volvió a sumir a todos los individuos ubicados en la sala en un ambiente tirante y claramente incómodo, incluso para mí.

-¿No piensas decirle nada?-inquirió la fémina refiriéndose ésta vez a la enfermera que había permanecido durante toda la conversación en un mutismo absoluto.

-No hay nada que hacer-respondió con resignación la sanitaria logrando que la desagradable mujer que había elaborado la pregunta resoplase con indignación.

-No pienso seguir con esto, ¿Me oís?-manifestó justo en el instante en el que sentía un molesto picor en mis fosas nasales.

Hice todo lo posible por reprimirme. Mantuve mi boca perfectamente sellada aminorando así el sonoro estruendo que el estornudo que no era capaz de refrenar hubiese ocasionado si no hubiese mantenido en todo momento mis labios prietos aunque, ni aun así, conseguí amortiguarlo con la suficiencia necesaria. Mi ahogado estornudo se hizo sonar en el enmudecido lugar.

Abrí los párpados lentamente a la vez que mis mejillas enrojecían ante la vergüenza que estaba experimentando. Tras mis despejados ojos aparecieron cada una de las personas que durante algunos minutos había estado espiando en silencio. La conocida enfermera me contempló con asombro. Le dediqué una liviana sonrisa a la vez que desviaba la mirada para posarla en la hermosa muchacha situada a su lado. Sus deslumbrantes ojos turquesa me contemplaban con desdén y su bello rostro evidenciaba clara irritación. Me sentí momentáneamente insignificante ante ella. Su largo pelo rubio resplandecía bajo la luz que los focos desprendían y su esbelta y alta figura me causaron una repentina envidia.

-Lo siento-murmuré por lo bajo sintiéndome como una auténtica retrasada.

La preciosa chica, la cual debía rondar los veinte años, gruñó por lo bajo sin dejar de analizarme con sus hostiles retinas azuladas. Fue entonces cuando le rememoré. Se trataba de la misma mujer que había visto días atrás ante la puerta de mi casa. Recordaba con claridad aquellos ojos extremadamente hermosos e irascibles que ahora volvían a examinarme.

-¿Cómo estás, cielo?-preguntó la enfermera posándose a mi lado con una gran sonrisa dispuesta en su amable rostro.

No respondí a la pregunta pues, justo en el instante en el que entreabría mis labios con la intención de contestarle, mis ojos se fijaron en el tercer individuo estacionado en el cuarto. Varias imágenes irrumpieron en mi mente. Su deshecho pelo canela contrastaba con sus refulgentes ojos verde esmeralda, unos ojos que conocía a la perfección. Sentí una fuerte presión en el pecho cuando él posó sus radiantes retinas en mí. Evoqué en mi mente a aquel agresivo muchacho que horas antes me había salvado de una muerte segura. Hubiese tenido que mostrar gratitud hacia el guapo chico que me estudiaba a escasos metros de mi cama aunque, en vez de agradecimiento, lo único que era capaz de sentir en aquel instante era miedo. Sentí pavor al revivir cada una de las horripilantes escenas anteriormente vividas. Aquel aparentemente sereno joven había matado sin esfuerzo alguno a tres hombres armados saliendo completamente ileso.

Empecé a respirar con más frecuencia de la necesaria, acto que la sanitaria advirtió. Agarró mi mano derecha y la acarició cariñosamente con la intención de tranquilizarme, cosa que apenas logró. Quería apartar mi atemorizada vista del conocido muchacho aunque, por alguna desconocida razón, no fui capaz de hacerlo.

Lentamente, el intimidante joven se fue aproximando a mí. Me desprendí con rapidez de la aprisionadora mano de la enfermera para, seguidamente, alzarme aceleradamente de la cama en la que me había hallado tumbada con la única intención en mente de escapar de allí, de alejarme lo máximo posible del chico, ahora situado a simples centímetros de mi lecho. Mis adormecidas piernas temblaron bajo mi inestable cuerpo. Finalmente, perdí el poco equilibrio que poseía y me abalancé hacia el duro suelo. Cerré los ojos esperando el golpe que debía haberme ofrecido el piso situado bajo mis pies, aunque tal impacto jamás llegó a efectuarse. Respiré convulsamente al apreciar sobre mi vientre una inexplicable presión. Abrí los ojos encontrándome cara a cara con el muchacho del que había intentado escapar segundos antes. Mi rostro se hallaba excesivamente próximo al suyo mientras la parte superior de mi estático cuerpo, el cual debería alojarse estampado sobre el frío suelo, permanecía levitando a pocos centímetros del pavimento gracias al brazo del chico, aposentado sobre mi abdomen.

-¿Estás bien?-inquirió en un tono preocupado que me sorprendió.

Inhalé profundamente aire instantes antes de alejarme de él. Al abandonar el único apoyo que poseía, caí ridículamente sobre el firme suelo. Adolorida, me acaricié el trasero.

-¿Sueles caerte?-preguntó el chico esbozando una hipnotizante sonrisa en su atractivo rostro.

Fui incapaz de responder las dos preguntas que había elaborado. Permanecía totalmente ausente. El miedo empezaba a mezclarse con la curiosidad, la cual poco a poco iba ganando terreno.

Cuando el joven volvió a hacer ademán de acercarse a mí, me alejé arrastrándome por el suelo hasta topar con la pared, ahora pegada a mi espalda. Le observé con desconfianza en el instante en el que se acuclillaba ante mí. Respiré entrecortadamente sin ser capaz de articular palabra alguna. Me temblaban ligeramente las manos y el frío que el piso transmitía empezaba a incrustarse en la piel que recubría mis desnudas piernas.

-No me tengas miedo-rogó el chico posando sus cálidas manos en mi paralizado rostro.

Experimenté una extraña sensación de seguridad al hallarme tan cerca de él y todo sentimiento de miedo se desvaneció por completo de mi pacificado cuerpo. No borró en ningún instante la hermosa sonrisa que me dedicaba exclusivamente a mí, ni siquiera cuando me agarró ligeramente entre sus robustos brazos. Dejé de palpar el pavimento hasta entonces dispuesto bajo mi cuerpo en el instante en el que los cálidos brazos del joven muchacho se acomodaron bajo mis muslos y mi espalda. No dejé de contemplarle ni un simple segundo. Era como si temiese que en cualquier instante pudiese desaparecer de mi vista. Temía que se tratase de un sueño. Era tan apuesto que no era de extrañar que creyese que se tratase de nada más que de una ilusión provocada por mi trastornada y engañosa mente.

-Al menos esta vez no has roto el tubo-comentó amablemente la sanitaria tras haber sido colocada por el cautivador chico sobre la dura cama del hospital.

Desvié mi vista de la de mi acompañante para posarla sobre el pliegue de mi codo derecho. Allí, sobre mi violácea piel, se hallaba incrustada una nueva jeringuilla. De ésta sobresalía un corto tubo de plástico unido a un menudo recipiente medio lleno de un líquido incoloro. Debía tratarse del sedante que me estaban administrando.

Volví a fijar mi vista en el muchacho ubicado a mi lado. Me sonreía con una amabilidad asombrante. Enrojecí con inmediatez al contemplarle, lo que pareció angustiarle.

-¿Tienes fiebre?-preguntó en el instante en el que posaba su cálida mano sobre mi ardiente frente.

Escuché el profundo bufido que la joven situada ante mi cama ejecutó. Me sentí inmediatamente incomodada. Sabía que aquella chica no me soportaba, aunque no entendía exactamente cual era la causa del desprecio que me profería.

-Ya no lo soporto más-comentó con desdén segundos antes de marcharse del lugar con la andadura típica de una modelo de pasarela.

-Disculpala-pidió el chico sin apartar su atenta vista de mí-No suele comportarse de esa manera-aseguró.

Internamente dudé de la veracidad de su afirmación. No parecía tratarse de una muchacha alegre y cordial, sino más bien aparentaba ser una mujer recelosa y altiva incapaz de entablar una conversación afable con cualquier ser humano.

-Me odia-me dije a mí misma en un susurro casi inaudible.

-No lo creo, querida-me contradijo la enfermera-Estoy segura de que os llevareis de maravilla. Tiene carácter, eso es todo.

Permanecí durante algunos pocos segundos en un mutismo absoluto, cavilando sobre todo lo que había escuchado hasta entonces. No tenía ni idea de cual era la causa por la que aquellos dos intrusos se inmiscuían tantísimo en mi vida. Hasta la fecha tan sólo había tenido a mi madre y, aunque no habíamos mantenido una estrecha relación, siempre habíamos cuidado la una de la otra. Quizá yo fuese la que me esforzaba más por mantener el vínculo madre-hija pero, aun así, y dejando a parte las constantes borracheras, las noches locas y los problemas a los que mi madre estaba ligada, siempre había podido contar con ella en los peores momentos de mi vida. Recordaba con exactitud la primera vez que me rompieron el corazón. Apenas tenía once años. Me pasé todo un día llorando como una verdadera desquiciada, aunque mi madre no perdió la paciencia en momento alguno. Pasó diecinueve horas consolándome mientras yo me desahogaba. Ella me enseñó a olvidarme de los hombres, cosa que siempre agradecí.

El cercano recuerdo de mi madre me sumió en una tristeza absoluta. Olvidé que me hallaba ante dos desconocidos que me evaluaban con carente discreción. A penas unas pocas horas antes habían matado a la única persona que me quedaba en la vida. Alicia había sido mi soporte, la causa para seguir con vida en aquel mundo que ya nada me importaba. El hecho de sentir que me necesitaba me había obligado a mantenerme con vida durante todos aquellos años, sólo por ella. Pero ahora que ya no había nadie que dependiese de mi existencia, ésta estaba empezando a perder sentido. Mis ojos se aguaron con una rapidez sorprendente.

-¿Qué ocurre?-inquirió el muchacho con manifiesta inquietud-¿Estás herida?-añadió a la vez que contemplaba durante un breve lapso de tiempo mi enervado cuerpo.

Sentí que me desnudaba con la mirada y enrojecí como veces anteriores, aunque esta vez al sonrojamiento se le unieron un par de escurridizas lágrimas que lograron escapar de mis abiertos ojos. El débil sollozo derivó inmediatamente en un profundo llanto. A penas era capaz de inhalar el fragante aire que me rodeaba debido al taponamiento que mis fosas nasales estaban experimentando ante el odioso lloriqueo que estaba protagonizando. Me sentía realmente ridícula. Los dos individuos posicionados a ambos lados de la cama me observaban logrando incomodarme.

La enfermera me examinó durante algunos segundos antes de esbozar en su maduro rostro una liviana sonrisa. Era como si entendiese la causa de mi llanto, al menos esa fue la impresión que en aquel momento me dio. Acarició suavemente mi mano sin dejar de contemplarme, de analizarme.

-Supongo que tendrás hambre-consideró-Voy a traerte algo para comer-anunció mientras iniciaba un pausado paso hacia la puerta que daba acceso a uno de los múltiples corredores que constituían el moderno hospital.

Lo normal hubiese sido que me sintiese incómoda al permanecer en compañía de un completo desconocido pero, por extraño que pareciese, su presencia me agradaba. Posé mis acongojados ojos en su sereno rostro y me quedé totalmente embelesada por su inaudita hermosura. Jamás me había comportado de una manera tan irracional. Nunca había permanecido tontamente embobada ante ningún chico, nunca. Recordé en mi fuero interno a aquellas necias que atiborraban la universidad a la que asistía día tras día e, inmediatamente, me obligué a apartar mi ofuscada mirada del apuesto muchacho. No quería si quiera imaginar que podría llegar a convertirme en una de esas chicas con dos dedos de frente incapaces de articular palabra alguna ante el muchacho más guapo de la facultad.

Fijé mi vista en los múltiples ramos de flores que seguían adornando gran parte de la sala en un fallido intento por mostrar desinterés por el joven dispuesto junto a mí. Reprimí el llanto con la intención de aparentar fortaleza.

-¿Te gustan las flores?-preguntó el chico consiguiendo captar nuevamente mi atención.

-¿Tú...?-farfullé con voz ronca.

El muchacho sonrió con asombrosa calidez a la vez que asentía ligeramente.

-No sabía qué tipo de flores te gustaban-se sinceró mostrando cierta timidez-Al principio pensé en comprar rosas. A todo el mundo le gustan las rosas-certificó-Pero teniendo en cuenta que tú eres diferente a las otras...¿Cómo lo diría?-se preguntó a sí mismo sin borrar en ningún instante la sutil sonrisa que permanecía dibujada en su bello rostro-Especies que he conocido, creí más apropiado elegir varios ejemplares. Tuvo que ayudarme la dependienta-comentó vistosamente avergonzado-Por lo que he podido apreciar, los humanos preferís las flores con pétalos, aunque aún no comprendo porqué-alzó levemente los hombros mostrando su ignorancia ante tal asunto-Así que, finalmente, decidí comprar una veintena de flores de cada familia. Bueno, de las que pude encontrar en la tienda-aclaró dejándome totalmente sorprendida.

-¿Por qué...?

-¿No te gustan?-me interrumpió mostrando desilusión.

-Por supuesto que si-aclaré con rapidez sin querer ofenderle-Lo que ocurre es que nunca me habían regalado flores. Se me hace extraño-me sinceré mientras dibujaba una liviana sonrisa en mi sencillo rostro.

-¿Nunca?-me preguntó con apreciable interés.

-Jamás-respondí mientras me encogía de hombros.

El joven pareció sorprenderse ante mi sincera contestación. La verdad es que en ningún instante creí que se tratase de algo inusual. Conocía a muchísimas personas a las cuales jamás les habían regalado flores. No era para tanto.

-¿Y qué hacéis cuando os encontráis débiles?-consultó sin dejar de analizarme con incredulidad.

-¿Débiles?-repetí sin entender demasiado bien la pregunta que había planteado.

-Bajos de defensas, debilitados-intentó aclarar.

-¿Enfermos?

-Supongo que podríamos llamarlo así-dijo el chico sin apartar su inquisidora vista de mí.

-Bueno, en ese caso venimos al hospital-aseguré como si fuese totalmente obvio-O tomamos medicamentos que puedan curarnos.

El muchacho permaneció mudo durante algunos segundos, analizando cada una de mis palabras. La curiosidad estaba empezando a atormentarme. Deseaba hacerle miles de preguntas sobre su origen y su don. ¿Acaso él no era humano? Parecía demostrar distinción entre las personas y lo que él fuese. ¿Acaso habría más seres como él en el mundo?

-¿Cómo...?-murmuré débilmente sin querer parecer indiscreta.

-Puedes preguntarme lo que desees-aseguró al percibir la perceptible curiosidad que yo emanaba.

-Me gustaría saber tu nombre-farfullé susurrantemente.

El muchacho agrandó su risueña sonrisa a la vez que yo volvía a enrojecer. ¿Cómo era posible que me sonrojase tan fácilmente ante él? No era una persona fácil de tratar justamente por la dificultad que mostraba al ser incapaz de revelar mis sentimientos. Jack siempre solía enfurruñarse por ello. Acostumbraba a decir que yo era un verdadero enigma imposible de resolver. Muchas veces decía que sería capaz de dar cualquier cosa por saber qué era lo que pensaba, lo que sentía en cada momento. Jamás me había gustado expresar mis emociones. Había construido un gigantesco muro que me aislaba del resto del mundo, que me fortalecía con el paso del tiempo. Aunque ese mismo muro que durante tantos años había estado elaborando empezaba a resquebrajarse a causa de la presencia de un muchacho desconocido y a la vez extrañamente familiar para mí.

-Mi nombre es Paris.

-Me gusta-declaré al instante.

Agrandó su sonrisa tras mi inocente comentario logrando simultáneamente que mi rubor aumentase. Definitivamente, parecía tonta.

-Paris y Helena-murmuré al recordar la famosa guerra de Troya-Que casualidad...

-No creo en las casualidades-alegó-Creo que se trata del destino.

-¿Destino?-reí por lo bajo.

Jamás había creído en un futuro escrito. Para mí la vida era simple azar, casualidades, suerte. No me gustaba pensar que desde mi nacimiento ya estaba predestinada a un futuro invariable.

-No crees en el destino-dijo con una pizca de satisfacción en su melodiosa voz.

-Pareces sorprendido.

-Lo estoy-aseguró-La verdad es que sois fascinantes.

Me quedé durante algunos instantes en silencio, cavilando sobre su posible origen. Estaba claro que no se trataba de un ser humano, pues se refería a nosotros con distanciamiento. Aunque su forma física era idéntica a la de cualquier hombre, con la única excepción de sus luminosos ojos. Nunca había contemplado tales retinas.

-¿He dicho algo inapropiado?-inquirió al apreciar mi repentino mutismo.

-No, no es eso-alegué con rapidez a la vez que negaba con la cabeza-Estaba pensando.

-¿En qué?-preguntó con desvergonzada curiosidad.

-Bueno, intentaba averiguar qué clase de ser eres-me sinceré sin apartar mi indagante vista de él, que me miró con cierta inquietud.

-¿Qué te hace pensar que no soy humano?-interpeló volviendo a mostrar su turbadora sonrisa.

-No lo sé. Quizá el hecho de que puedas transformarte en gato haya podido influir ligeramente en mi irrazonable deducción-mustié logrando que una grata risita aflorase de la garganta de mi compañero-¿Acaso me equivoco?

-Bueno, en cierta parte-respondió-En un pasado fuimos humanos, aunque tras el paso de los años nuestra sangre ha ido, ¿como lo diría?-se preguntó a sí mismo-Ha ido mutando.

-¿Mutando?-pregunté un tanto confusa.

-He traído puré de calabaza y ternera asada-anunció la enfermera haciendo una inoportuna aparición en la sala-Espero que te guste.

Contemplé con cierto repelús el color anaranjado de aquel grumoso puré y el troceado lomo de ternera, el cual tenía un aspecto realmente nauseabundo. Ahora entendía la causa por la que solían decirme que la comida de hospital dejaba mucho que desear.

-No te gusta-proclamó incluso antes de colocar la bandeja sobre la menuda mesa portátil de plástico ubicada al pie de la cama.

Entreabrí los labios con la clara pretensión de negar su afirmación y comerme, aunque fuese a mala gana, la insípida comida que me había traído pero, incluso antes de poder ejecutar palabra, se marchó del lugar con la bandeja en brazos tal y como segundos antes había aparecido.

-¿Tanto se me ha notado?-pregunté con incredulidad.

¿Cómo era posible que de repente me mostrase tan obvia ante dos desconocidos? Estaba segura de no haber gesticulado ninguna mueca que pudiese haber denotado mi descontento ante la sanitaria.

-No te preocupes-dijo mostrando una guasona sonrisa en su bello rostro-No se lo ha tomado a mal.

-¿Pero cómo ha podido saber que no me gustaba?-inquirí sin entenderlo.

-Digamos que tiene la capacidad de percibir los sentimientos ajenos-declaró-Vuestros cambios de humor suelen ser fáciles de interpretar para Dora.

No entendí exactamente qué era lo que intentaba decirme, aunque en aquel momento poco me importaba. La curiosidad me estaba matando.

-Retomando nuestra anterior conversación, ¿Eres humano?-interrogué una vez más.

No quería parecer indiscreta o sencillamente pesada, pero no estaba dispuesta a dejar el tema. Era demasiado intrigante.

Paris me contempló con resignación a la vez que se asentaba en el borde de la cama, sin dejar de analizarme con sus refulgentes ojos en momento alguno.

-No-respondió resueltamente esbozando una liviana sonrisa.

Fruncí el ceño mientras intentaba llegar por mí misma a una conclusión factible, aunque fui incapaz de conseguirlo. Se trataba de una situación totalmente inverosímil.

-¿Qué eres?-pregunté tras algunos segundos de silencio.

-Haces demasiadas preguntas-dijo sin dejar de mostrar amabilidad en cada una de sus palabras.

-No voy a dejar de hacerlas hasta que me aclares todas y cada una de mis dudas-aseguré.

Sonrió con dulzura como veces anteriores a la vez que se ponía en pie. Cubrió mi destapado cuerpo con los finos lienzos blancos sin apartar su atenta vista de mí.

-No es un lugar seguro para hablar-comentó-Cuando salgamos de aquí responderé a todas tus preguntas.

-No voy a olvidarme.

-Lo sé-mustió finalmente perfilando su hermosa sonrisa.

-Espero haber acertado esta vez-dijo Dora, la enfermera, penetrando en la sala con una nueva bandeja de comida en sus manos-¿Te gustan las anchoas?

Esbocé una tenue sonrisa en mi rostro a la vez que Paris ejercía una débil y risueña carcajada, la cual me sumió en un breve trance del que deseaba no escapar jamás.

 
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