domingo, 15 de marzo de 2009

CAPÍTULO 5: RESPUESTAS INCONCRETAS

CAPÍTULO 5: RESPUESTAS INCONCRETAS

A lo lejos escuchaba aquellos molestos murmullos que habían logrado despertarme del profundo sueño en el que había permanecido sumida durante horas. El sedante seguía haciendo efecto pues, aunque me mantenía despierta, mi adormecimiento apenas había disminuido. Los parpados me pesaban tanto que tan sólo era capaz de entreabrir mis cansados ojos y mi amodorrado cuerpo permanecía completamente estático bajo los finos lienzos blancos que lo cubrían. Jamás me había sentido tan cansada y jamás había tenido tantas de dormir como en aquel entonces. El sueño era lo único que podía alejarme de aquel mundo de sufrimiento y dolor en el que me hallaba.

Agudicé el oído cuando escuché escapar de unos desconocidos labios mi nombre. Quise abrir los ojos y contemplar a las personas que permanecían en la sala aunque, como veces anteriores, tan sólo fui capaz de alzarlos levemente. Tras ellos aparecieron tres borrosas figuras. Como la última vez que había despertado, hallé ante mi cama a dos individuos extraños para mí, los cuales estaban discutiendo acaloradamente. Junto a ellos se encontraba mi inseparable enfermera, la cual escuchaba la conversación sin intervenir. En un principió supuse que se trataba de los dos policías que con anterioridad me habían visitado aunque, al ojear por el rabillo del ojo la tranquilidad que la sanitaria mostraba, descarté esa idea. Poco a poco mis ojos fueron acostumbrándose al fulgor del lugar a la vez que aquellas ininteligibles palabras iban adquiriendo sentido para mí.

-¡Es humana!-escuché que vociferaba una de las personas desconocidas.

Su melodiosa voz penetró en mis ensordecidos tímpanos destaponándolos por completo. Se trataba claramente de una mujer, puesto que tal sonido jamás hubiese podido haber provenido de la grave voz de un hombre.

-No grites, la vas a despertar-murmuró otra voz.

Esta vez se trataba de un hombre, estaba totalmente segura. Su dulce voz me transmitió inminentemente una paz y serenidad insólita que pocos minutos antes había creído que no podría volver a sentir jamás. Sin conocer al sujeto, sentí conocerle.

-¿No hay suficientes no humanos en el mundo?-inquirió la mujer con enfado-Cuando la vi por primera vez creí que se trataba de una broma. Creí que me estabas tomando el pelo-aseguró claramente ofendida.

El silencio abarcó durante algunos interminables segundos la sala. Deseaba poder seguir escuchando la conversación ahora que mis oídos eran capaces de captar sin problema alguno cada una de las palabras que los sujetos elaboraban. Sentía una inexplicable curiosidad y, por ello, permanecí tan quieta como me fue posible, con los ojos cerrados y los labios sellados, en la dura cama del hospital . No quería llamar la atención más de lo necesario.

Era consciente de que había algo extraño en el sencillo diálogo que ejecutaban, aunque no era capaz de descubrir qué era exactamente lo extraño en él. Podía percibir la tensión que se vivía en el ambiente. La mujer permanecía en una postura hostil y claramente opuesta a la que presentaba el hombre, el cual se mantenía la mayor parte del tiempo en silencio y, cuando hablaba, lo hacía en un tono de voz bajo y armonioso que lograba apaciguarme. Era como si aquella susurrante voz pudiese borrar cualquier rastro de resentimiento, dolor y enfado dispuestos en mi interior.

-Va contra las normas-mustió de forma agresiva la fémina-Y tú mejor que nadie deberías saberlo.

-Lo sé-afirmó el hombre sin dejar de hablar ni un simple instante con aquel tono de voz reposado que parecía exasperar a la mujer-Pero también tú mejor que nadie deberías saber que no hay nada que pueda hacer para alejarme de ella.

-¡Podrías hacerlo si quisieses!-vociferó completamente encolerizada.

-Deyra, está sola-dijo el hombre en un tono de voz extremadamente dulce, el cual pareció ablandar el fuerte carácter de su compañera.

-¿Estás dispuesto a originar una guerra por esa?-no me agradó en absoluto ni el seudónimo con el que me mentó ni el tono repulsivo que utilizó para hacerlo.

Me pareció antipático e incoherentemente desdeñoso teniendo en cuenta que no me conocía lo más mínimo. ¿Cómo era posible que alguien me odiase tanto sin siquiera conocerme?

-Tiene nombre-mustió el hombre en un tono de voz inusualmente irritado.

Un impenetrable silencio volvió a sumir a todos los individuos ubicados en la sala en un ambiente tirante y claramente incómodo, incluso para mí.

-¿No piensas decirle nada?-inquirió la fémina refiriéndose ésta vez a la enfermera que había permanecido durante toda la conversación en un mutismo absoluto.

-No hay nada que hacer-respondió con resignación la sanitaria logrando que la desagradable mujer que había elaborado la pregunta resoplase con indignación.

-No pienso seguir con esto, ¿Me oís?-manifestó justo en el instante en el que sentía un molesto picor en mis fosas nasales.

Hice todo lo posible por reprimirme. Mantuve mi boca perfectamente sellada aminorando así el sonoro estruendo que el estornudo que no era capaz de refrenar hubiese ocasionado si no hubiese mantenido en todo momento mis labios prietos aunque, ni aun así, conseguí amortiguarlo con la suficiencia necesaria. Mi ahogado estornudo se hizo sonar en el enmudecido lugar.

Abrí los párpados lentamente a la vez que mis mejillas enrojecían ante la vergüenza que estaba experimentando. Tras mis despejados ojos aparecieron cada una de las personas que durante algunos minutos había estado espiando en silencio. La conocida enfermera me contempló con asombro. Le dediqué una liviana sonrisa a la vez que desviaba la mirada para posarla en la hermosa muchacha situada a su lado. Sus deslumbrantes ojos turquesa me contemplaban con desdén y su bello rostro evidenciaba clara irritación. Me sentí momentáneamente insignificante ante ella. Su largo pelo rubio resplandecía bajo la luz que los focos desprendían y su esbelta y alta figura me causaron una repentina envidia.

-Lo siento-murmuré por lo bajo sintiéndome como una auténtica retrasada.

La preciosa chica, la cual debía rondar los veinte años, gruñó por lo bajo sin dejar de analizarme con sus hostiles retinas azuladas. Fue entonces cuando le rememoré. Se trataba de la misma mujer que había visto días atrás ante la puerta de mi casa. Recordaba con claridad aquellos ojos extremadamente hermosos e irascibles que ahora volvían a examinarme.

-¿Cómo estás, cielo?-preguntó la enfermera posándose a mi lado con una gran sonrisa dispuesta en su amable rostro.

No respondí a la pregunta pues, justo en el instante en el que entreabría mis labios con la intención de contestarle, mis ojos se fijaron en el tercer individuo estacionado en el cuarto. Varias imágenes irrumpieron en mi mente. Su deshecho pelo canela contrastaba con sus refulgentes ojos verde esmeralda, unos ojos que conocía a la perfección. Sentí una fuerte presión en el pecho cuando él posó sus radiantes retinas en mí. Evoqué en mi mente a aquel agresivo muchacho que horas antes me había salvado de una muerte segura. Hubiese tenido que mostrar gratitud hacia el guapo chico que me estudiaba a escasos metros de mi cama aunque, en vez de agradecimiento, lo único que era capaz de sentir en aquel instante era miedo. Sentí pavor al revivir cada una de las horripilantes escenas anteriormente vividas. Aquel aparentemente sereno joven había matado sin esfuerzo alguno a tres hombres armados saliendo completamente ileso.

Empecé a respirar con más frecuencia de la necesaria, acto que la sanitaria advirtió. Agarró mi mano derecha y la acarició cariñosamente con la intención de tranquilizarme, cosa que apenas logró. Quería apartar mi atemorizada vista del conocido muchacho aunque, por alguna desconocida razón, no fui capaz de hacerlo.

Lentamente, el intimidante joven se fue aproximando a mí. Me desprendí con rapidez de la aprisionadora mano de la enfermera para, seguidamente, alzarme aceleradamente de la cama en la que me había hallado tumbada con la única intención en mente de escapar de allí, de alejarme lo máximo posible del chico, ahora situado a simples centímetros de mi lecho. Mis adormecidas piernas temblaron bajo mi inestable cuerpo. Finalmente, perdí el poco equilibrio que poseía y me abalancé hacia el duro suelo. Cerré los ojos esperando el golpe que debía haberme ofrecido el piso situado bajo mis pies, aunque tal impacto jamás llegó a efectuarse. Respiré convulsamente al apreciar sobre mi vientre una inexplicable presión. Abrí los ojos encontrándome cara a cara con el muchacho del que había intentado escapar segundos antes. Mi rostro se hallaba excesivamente próximo al suyo mientras la parte superior de mi estático cuerpo, el cual debería alojarse estampado sobre el frío suelo, permanecía levitando a pocos centímetros del pavimento gracias al brazo del chico, aposentado sobre mi abdomen.

-¿Estás bien?-inquirió en un tono preocupado que me sorprendió.

Inhalé profundamente aire instantes antes de alejarme de él. Al abandonar el único apoyo que poseía, caí ridículamente sobre el firme suelo. Adolorida, me acaricié el trasero.

-¿Sueles caerte?-preguntó el chico esbozando una hipnotizante sonrisa en su atractivo rostro.

Fui incapaz de responder las dos preguntas que había elaborado. Permanecía totalmente ausente. El miedo empezaba a mezclarse con la curiosidad, la cual poco a poco iba ganando terreno.

Cuando el joven volvió a hacer ademán de acercarse a mí, me alejé arrastrándome por el suelo hasta topar con la pared, ahora pegada a mi espalda. Le observé con desconfianza en el instante en el que se acuclillaba ante mí. Respiré entrecortadamente sin ser capaz de articular palabra alguna. Me temblaban ligeramente las manos y el frío que el piso transmitía empezaba a incrustarse en la piel que recubría mis desnudas piernas.

-No me tengas miedo-rogó el chico posando sus cálidas manos en mi paralizado rostro.

Experimenté una extraña sensación de seguridad al hallarme tan cerca de él y todo sentimiento de miedo se desvaneció por completo de mi pacificado cuerpo. No borró en ningún instante la hermosa sonrisa que me dedicaba exclusivamente a mí, ni siquiera cuando me agarró ligeramente entre sus robustos brazos. Dejé de palpar el pavimento hasta entonces dispuesto bajo mi cuerpo en el instante en el que los cálidos brazos del joven muchacho se acomodaron bajo mis muslos y mi espalda. No dejé de contemplarle ni un simple segundo. Era como si temiese que en cualquier instante pudiese desaparecer de mi vista. Temía que se tratase de un sueño. Era tan apuesto que no era de extrañar que creyese que se tratase de nada más que de una ilusión provocada por mi trastornada y engañosa mente.

-Al menos esta vez no has roto el tubo-comentó amablemente la sanitaria tras haber sido colocada por el cautivador chico sobre la dura cama del hospital.

Desvié mi vista de la de mi acompañante para posarla sobre el pliegue de mi codo derecho. Allí, sobre mi violácea piel, se hallaba incrustada una nueva jeringuilla. De ésta sobresalía un corto tubo de plástico unido a un menudo recipiente medio lleno de un líquido incoloro. Debía tratarse del sedante que me estaban administrando.

Volví a fijar mi vista en el muchacho ubicado a mi lado. Me sonreía con una amabilidad asombrante. Enrojecí con inmediatez al contemplarle, lo que pareció angustiarle.

-¿Tienes fiebre?-preguntó en el instante en el que posaba su cálida mano sobre mi ardiente frente.

Escuché el profundo bufido que la joven situada ante mi cama ejecutó. Me sentí inmediatamente incomodada. Sabía que aquella chica no me soportaba, aunque no entendía exactamente cual era la causa del desprecio que me profería.

-Ya no lo soporto más-comentó con desdén segundos antes de marcharse del lugar con la andadura típica de una modelo de pasarela.

-Disculpala-pidió el chico sin apartar su atenta vista de mí-No suele comportarse de esa manera-aseguró.

Internamente dudé de la veracidad de su afirmación. No parecía tratarse de una muchacha alegre y cordial, sino más bien aparentaba ser una mujer recelosa y altiva incapaz de entablar una conversación afable con cualquier ser humano.

-Me odia-me dije a mí misma en un susurro casi inaudible.

-No lo creo, querida-me contradijo la enfermera-Estoy segura de que os llevareis de maravilla. Tiene carácter, eso es todo.

Permanecí durante algunos pocos segundos en un mutismo absoluto, cavilando sobre todo lo que había escuchado hasta entonces. No tenía ni idea de cual era la causa por la que aquellos dos intrusos se inmiscuían tantísimo en mi vida. Hasta la fecha tan sólo había tenido a mi madre y, aunque no habíamos mantenido una estrecha relación, siempre habíamos cuidado la una de la otra. Quizá yo fuese la que me esforzaba más por mantener el vínculo madre-hija pero, aun así, y dejando a parte las constantes borracheras, las noches locas y los problemas a los que mi madre estaba ligada, siempre había podido contar con ella en los peores momentos de mi vida. Recordaba con exactitud la primera vez que me rompieron el corazón. Apenas tenía once años. Me pasé todo un día llorando como una verdadera desquiciada, aunque mi madre no perdió la paciencia en momento alguno. Pasó diecinueve horas consolándome mientras yo me desahogaba. Ella me enseñó a olvidarme de los hombres, cosa que siempre agradecí.

El cercano recuerdo de mi madre me sumió en una tristeza absoluta. Olvidé que me hallaba ante dos desconocidos que me evaluaban con carente discreción. A penas unas pocas horas antes habían matado a la única persona que me quedaba en la vida. Alicia había sido mi soporte, la causa para seguir con vida en aquel mundo que ya nada me importaba. El hecho de sentir que me necesitaba me había obligado a mantenerme con vida durante todos aquellos años, sólo por ella. Pero ahora que ya no había nadie que dependiese de mi existencia, ésta estaba empezando a perder sentido. Mis ojos se aguaron con una rapidez sorprendente.

-¿Qué ocurre?-inquirió el muchacho con manifiesta inquietud-¿Estás herida?-añadió a la vez que contemplaba durante un breve lapso de tiempo mi enervado cuerpo.

Sentí que me desnudaba con la mirada y enrojecí como veces anteriores, aunque esta vez al sonrojamiento se le unieron un par de escurridizas lágrimas que lograron escapar de mis abiertos ojos. El débil sollozo derivó inmediatamente en un profundo llanto. A penas era capaz de inhalar el fragante aire que me rodeaba debido al taponamiento que mis fosas nasales estaban experimentando ante el odioso lloriqueo que estaba protagonizando. Me sentía realmente ridícula. Los dos individuos posicionados a ambos lados de la cama me observaban logrando incomodarme.

La enfermera me examinó durante algunos segundos antes de esbozar en su maduro rostro una liviana sonrisa. Era como si entendiese la causa de mi llanto, al menos esa fue la impresión que en aquel momento me dio. Acarició suavemente mi mano sin dejar de contemplarme, de analizarme.

-Supongo que tendrás hambre-consideró-Voy a traerte algo para comer-anunció mientras iniciaba un pausado paso hacia la puerta que daba acceso a uno de los múltiples corredores que constituían el moderno hospital.

Lo normal hubiese sido que me sintiese incómoda al permanecer en compañía de un completo desconocido pero, por extraño que pareciese, su presencia me agradaba. Posé mis acongojados ojos en su sereno rostro y me quedé totalmente embelesada por su inaudita hermosura. Jamás me había comportado de una manera tan irracional. Nunca había permanecido tontamente embobada ante ningún chico, nunca. Recordé en mi fuero interno a aquellas necias que atiborraban la universidad a la que asistía día tras día e, inmediatamente, me obligué a apartar mi ofuscada mirada del apuesto muchacho. No quería si quiera imaginar que podría llegar a convertirme en una de esas chicas con dos dedos de frente incapaces de articular palabra alguna ante el muchacho más guapo de la facultad.

Fijé mi vista en los múltiples ramos de flores que seguían adornando gran parte de la sala en un fallido intento por mostrar desinterés por el joven dispuesto junto a mí. Reprimí el llanto con la intención de aparentar fortaleza.

-¿Te gustan las flores?-preguntó el chico consiguiendo captar nuevamente mi atención.

-¿Tú...?-farfullé con voz ronca.

El muchacho sonrió con asombrosa calidez a la vez que asentía ligeramente.

-No sabía qué tipo de flores te gustaban-se sinceró mostrando cierta timidez-Al principio pensé en comprar rosas. A todo el mundo le gustan las rosas-certificó-Pero teniendo en cuenta que tú eres diferente a las otras...¿Cómo lo diría?-se preguntó a sí mismo sin borrar en ningún instante la sutil sonrisa que permanecía dibujada en su bello rostro-Especies que he conocido, creí más apropiado elegir varios ejemplares. Tuvo que ayudarme la dependienta-comentó vistosamente avergonzado-Por lo que he podido apreciar, los humanos preferís las flores con pétalos, aunque aún no comprendo porqué-alzó levemente los hombros mostrando su ignorancia ante tal asunto-Así que, finalmente, decidí comprar una veintena de flores de cada familia. Bueno, de las que pude encontrar en la tienda-aclaró dejándome totalmente sorprendida.

-¿Por qué...?

-¿No te gustan?-me interrumpió mostrando desilusión.

-Por supuesto que si-aclaré con rapidez sin querer ofenderle-Lo que ocurre es que nunca me habían regalado flores. Se me hace extraño-me sinceré mientras dibujaba una liviana sonrisa en mi sencillo rostro.

-¿Nunca?-me preguntó con apreciable interés.

-Jamás-respondí mientras me encogía de hombros.

El joven pareció sorprenderse ante mi sincera contestación. La verdad es que en ningún instante creí que se tratase de algo inusual. Conocía a muchísimas personas a las cuales jamás les habían regalado flores. No era para tanto.

-¿Y qué hacéis cuando os encontráis débiles?-consultó sin dejar de analizarme con incredulidad.

-¿Débiles?-repetí sin entender demasiado bien la pregunta que había planteado.

-Bajos de defensas, debilitados-intentó aclarar.

-¿Enfermos?

-Supongo que podríamos llamarlo así-dijo el chico sin apartar su inquisidora vista de mí.

-Bueno, en ese caso venimos al hospital-aseguré como si fuese totalmente obvio-O tomamos medicamentos que puedan curarnos.

El muchacho permaneció mudo durante algunos segundos, analizando cada una de mis palabras. La curiosidad estaba empezando a atormentarme. Deseaba hacerle miles de preguntas sobre su origen y su don. ¿Acaso él no era humano? Parecía demostrar distinción entre las personas y lo que él fuese. ¿Acaso habría más seres como él en el mundo?

-¿Cómo...?-murmuré débilmente sin querer parecer indiscreta.

-Puedes preguntarme lo que desees-aseguró al percibir la perceptible curiosidad que yo emanaba.

-Me gustaría saber tu nombre-farfullé susurrantemente.

El muchacho agrandó su risueña sonrisa a la vez que yo volvía a enrojecer. ¿Cómo era posible que me sonrojase tan fácilmente ante él? No era una persona fácil de tratar justamente por la dificultad que mostraba al ser incapaz de revelar mis sentimientos. Jack siempre solía enfurruñarse por ello. Acostumbraba a decir que yo era un verdadero enigma imposible de resolver. Muchas veces decía que sería capaz de dar cualquier cosa por saber qué era lo que pensaba, lo que sentía en cada momento. Jamás me había gustado expresar mis emociones. Había construido un gigantesco muro que me aislaba del resto del mundo, que me fortalecía con el paso del tiempo. Aunque ese mismo muro que durante tantos años había estado elaborando empezaba a resquebrajarse a causa de la presencia de un muchacho desconocido y a la vez extrañamente familiar para mí.

-Mi nombre es Paris.

-Me gusta-declaré al instante.

Agrandó su sonrisa tras mi inocente comentario logrando simultáneamente que mi rubor aumentase. Definitivamente, parecía tonta.

-Paris y Helena-murmuré al recordar la famosa guerra de Troya-Que casualidad...

-No creo en las casualidades-alegó-Creo que se trata del destino.

-¿Destino?-reí por lo bajo.

Jamás había creído en un futuro escrito. Para mí la vida era simple azar, casualidades, suerte. No me gustaba pensar que desde mi nacimiento ya estaba predestinada a un futuro invariable.

-No crees en el destino-dijo con una pizca de satisfacción en su melodiosa voz.

-Pareces sorprendido.

-Lo estoy-aseguró-La verdad es que sois fascinantes.

Me quedé durante algunos instantes en silencio, cavilando sobre su posible origen. Estaba claro que no se trataba de un ser humano, pues se refería a nosotros con distanciamiento. Aunque su forma física era idéntica a la de cualquier hombre, con la única excepción de sus luminosos ojos. Nunca había contemplado tales retinas.

-¿He dicho algo inapropiado?-inquirió al apreciar mi repentino mutismo.

-No, no es eso-alegué con rapidez a la vez que negaba con la cabeza-Estaba pensando.

-¿En qué?-preguntó con desvergonzada curiosidad.

-Bueno, intentaba averiguar qué clase de ser eres-me sinceré sin apartar mi indagante vista de él, que me miró con cierta inquietud.

-¿Qué te hace pensar que no soy humano?-interpeló volviendo a mostrar su turbadora sonrisa.

-No lo sé. Quizá el hecho de que puedas transformarte en gato haya podido influir ligeramente en mi irrazonable deducción-mustié logrando que una grata risita aflorase de la garganta de mi compañero-¿Acaso me equivoco?

-Bueno, en cierta parte-respondió-En un pasado fuimos humanos, aunque tras el paso de los años nuestra sangre ha ido, ¿como lo diría?-se preguntó a sí mismo-Ha ido mutando.

-¿Mutando?-pregunté un tanto confusa.

-He traído puré de calabaza y ternera asada-anunció la enfermera haciendo una inoportuna aparición en la sala-Espero que te guste.

Contemplé con cierto repelús el color anaranjado de aquel grumoso puré y el troceado lomo de ternera, el cual tenía un aspecto realmente nauseabundo. Ahora entendía la causa por la que solían decirme que la comida de hospital dejaba mucho que desear.

-No te gusta-proclamó incluso antes de colocar la bandeja sobre la menuda mesa portátil de plástico ubicada al pie de la cama.

Entreabrí los labios con la clara pretensión de negar su afirmación y comerme, aunque fuese a mala gana, la insípida comida que me había traído pero, incluso antes de poder ejecutar palabra, se marchó del lugar con la bandeja en brazos tal y como segundos antes había aparecido.

-¿Tanto se me ha notado?-pregunté con incredulidad.

¿Cómo era posible que de repente me mostrase tan obvia ante dos desconocidos? Estaba segura de no haber gesticulado ninguna mueca que pudiese haber denotado mi descontento ante la sanitaria.

-No te preocupes-dijo mostrando una guasona sonrisa en su bello rostro-No se lo ha tomado a mal.

-¿Pero cómo ha podido saber que no me gustaba?-inquirí sin entenderlo.

-Digamos que tiene la capacidad de percibir los sentimientos ajenos-declaró-Vuestros cambios de humor suelen ser fáciles de interpretar para Dora.

No entendí exactamente qué era lo que intentaba decirme, aunque en aquel momento poco me importaba. La curiosidad me estaba matando.

-Retomando nuestra anterior conversación, ¿Eres humano?-interrogué una vez más.

No quería parecer indiscreta o sencillamente pesada, pero no estaba dispuesta a dejar el tema. Era demasiado intrigante.

Paris me contempló con resignación a la vez que se asentaba en el borde de la cama, sin dejar de analizarme con sus refulgentes ojos en momento alguno.

-No-respondió resueltamente esbozando una liviana sonrisa.

Fruncí el ceño mientras intentaba llegar por mí misma a una conclusión factible, aunque fui incapaz de conseguirlo. Se trataba de una situación totalmente inverosímil.

-¿Qué eres?-pregunté tras algunos segundos de silencio.

-Haces demasiadas preguntas-dijo sin dejar de mostrar amabilidad en cada una de sus palabras.

-No voy a dejar de hacerlas hasta que me aclares todas y cada una de mis dudas-aseguré.

Sonrió con dulzura como veces anteriores a la vez que se ponía en pie. Cubrió mi destapado cuerpo con los finos lienzos blancos sin apartar su atenta vista de mí.

-No es un lugar seguro para hablar-comentó-Cuando salgamos de aquí responderé a todas tus preguntas.

-No voy a olvidarme.

-Lo sé-mustió finalmente perfilando su hermosa sonrisa.

-Espero haber acertado esta vez-dijo Dora, la enfermera, penetrando en la sala con una nueva bandeja de comida en sus manos-¿Te gustan las anchoas?

Esbocé una tenue sonrisa en mi rostro a la vez que Paris ejercía una débil y risueña carcajada, la cual me sumió en un breve trance del que deseaba no escapar jamás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Guau!! Este me ha gustado mucho mas que el anterior, ayer no pude leerlo, pero hoy no podia esperar mas, y he decidido tomarme un ratito para leerlo. Ademas, que publiques aki me viene bien, por que aunque abandonado, yo tambien tengo blog...Besos.

 
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