A las nueve y treinta y siete minutos de la mañana del cinco de Abril abandoné St. Thomas Hospital junto a mi guardaespaldas personal, Paris. Tras casi dos días de estancia en el lugar, Dora había aceptado a regañadientes liberarme. Había asegurado en varias ocasiones que vendría a visitarme lo antes posible, siempre y cuando yo le diese permiso para hacerlo, cosa que por supuesto hice. Me encantaba esa mujer.
-¿Necesitas que te lleve en brazos?-preguntó mi apuesto acompañante al contemplar mis desgarbados pasos.
-Claro que no-respondí un tanto ofendida.
Me contemplaba con preocupación, como si temiese que en algún momento mis torpes pasos pudiesen dar lugar a un irremediable desplome de mi cuerpo contra el frío pavimento. Admitía que quizá tuviese razones suficientes para desconfiar sobre mi escaso equilibrio. Era una persona a la que se le daban bien los deportes pero también los golpes. Siempre que jugaba a fútbol acababa con las rodillas peladas y ensangrentadas; cuando jugaba a voleibol mis muñecas adquirían un tono amoratado verdaderamente alarmante; con el béisbol solía acabar con el labio ensangrentado o alguna que otra herida en las piernas, ya que durante la carrera de base a base solía caerme o dar algún tropiezo y, cuando me decidía por el hockey, acostumbraba a acabar llena de cardenales. Lo reconocía, era patosa por naturaleza. Pero, aun así, normalmente ganaba los partidos o, al menos, quedaba en una buena posición.
Caminamos juntos a través del parking exterior ubicado frente al blanco edificio enladrillado que ahora abandonábamos. Contemplé con asombro la nitidez de las prendas de ropa que vestía. Anteriormente, éstas se habían hallado recubiertas de un espeso líquido rojizo, el mismo que seguiría adornando el piso de mi solitaria casa.
-¿Dónde vas?-pregunté al observar con confusión el trayecto que Paris efectuaba en dirección a uno de los autos que abarrotaban el aparcamiento.
-¿Creías que iríamos caminando?-inquirió con incredulidad.
La verdad era que sí que había esperado eso. Al fin y al cabo, estaba acostumbrada a recorrer grandes distancias cada mañana, cuando irremediablemente perdía el autobús que se dirigía a la facultad.
Paris me miró con aire ofendido segundos antes de abrir la puerta del copiloto de un deslumbrante Bugatti Veyron 16.4 Grand Sport . Me quedé totalmente atónita contemplando tal maravilla sobre ruedas. No es que fuese una adicta a los coches, pero conocía la identidad de ese deslumbrante auto por la sencilla razón de que era la novedad. Se trataba de uno de los vehículos más caros del mundo. Si no me equivocaba, su precio rondaba los 1,2 millones de libras, lo que era una auténtica locura.
Hasta ese momento no había presenciado a las personas que se arremolinaban alrededor de nosotros. Se mantenían alejados del coche, cómo si éste fuese un simple espejismo que no pudiesen si quiera imaginar a tocar.
-¿No piensas subir?-preguntó al advertir mi momentánea parálisis.
Parpadeé varias veces seguidas a la vez que intentaba dejar de hacer locas conjeturas sobre Paris y el deslumbrante auto. Desde luego tenía muchísimo que explicarme.
-Claro-murmuré segundos antes de penetrar en el interior del transporte ante la atenta y envidiosa mirada de los personajes que nos observaban de lejos.
Tras algunos pocos instantes, Paris se situó a mi derecha mostrando una gran sonrisa en su rostro.
-¿Te gusta?-quiso saber al arrancar el coche.
-Es...-farfullé cuando el voluble auto emprendió una rápida carrera-Genial-logré mustiar finalmente sin encontrar otro calificativo para describir tal belleza metalizada.
-Dora me dijo que os encantaban estos cacharros-dijo acelerando.
-¿Cuanto hace que conduces?-quise saber al presenciar su falta de miedo ante el volante.
-Unos...-se quedó pensativo algunos segundos-Cuatro días-comentó provocando que ejecutase una sarcástica risa-¿Qué te hace tanta gracia?-inquirió alzando la ceja derecha.
De repente me quedé helada. Mi cuerpo se volvió rígido como la piedra y mi mente se quedó fugazmente impedida.
-No lo dices en serio-dije en un débil susurro.
-¿Por qué debería mentirte?-cuestionó sin entender la causa de mi estado cercano al pánico.
Fijé mi aturdida vista en el marcador de la velocidad ubicado junto al volante. Marcaba 120 Km/h. Teniendo en cuenta que no nos hallábamos en la autopista, sino en las transitadas calles de Londres, estaba claro que la velocidad a la que íbamos era excesiva.
-¿Podrías aminorar la velocidad?-pregunté en un hilo de voz que denotaba súplica.
-Creí que os gustaba la velocidad-dijo en el instante en el que reducía la marcha hasta alcanzar los 70 Km/h.
-Gracias-murmuré.
-¿Qué te ocurre?-inquirió con preocupación desviando la vista de la concurrida carretera para posarla en mí.
-Por favor, mira la carretera-rogué con suavidad, intentando ocultar el pánico que sentía.
-No te preocupes. Tengo unos reflejos inhumanos-comentó esbozando una sutil sonrisa en su rostro sin dejar de contemplarme con inquietud-¿Te encuentras bien?
-Si.
En un principio creí haberle engañado con mi afirmación libre de vacilación, aunque su bello rostro seguía mostrando una ansiedad infundada. Desvié mi alterada vista hacia el lugar que Paris contemplaba con fijeza, justo al borde de mi asiento. Mis manos permanecían aferradas al mullido sillón color negro y mi cuerpo estaba experimentando leves tembleques que hasta aquel entonces no había apreciado.
-¿Por qué vibras?-preguntó preocupado y a la vez curioso.
Me extrañó la forma en la que planteó la cuestión. Ningún humano hubiese utilizado la palabra vibrar para referirse al verbo temblar.
-¿Acaso tú nunca tiemblas?
Esbozó una tenue sonrisa a la vez que volvía a depositar su vista en la estrecha calle.
-¿Nunca?-inquirí nuevamente algo perpleja.
-No-respondió resueltamente volviendo a fijar su vista en mí-¿Los humanos soléis hacerlo?
-Sólo cuando tenemos miedo o frío-respondí.
Me miró con confusión, como si no supiese de qué hablaba.
-¿Qué es miedo?-preguntó sin entender mi anterior explicación.
En un principio no supe qué responder. ¿Qué definición se le podría aplicar a miedo? Era una sensación humana que, por lo que acababa de averiguar, mi acompañante no era capaz de sentir.
-Es una sensación que experimentamos los humanos cuando tenemos...-medité algunos segundos intentando encontrar las palabras adecuadas-Cuando estamos angustiados o preocupados por algo. Por ejemplo, cuando un maníaco que acaba de aprender a conducir te sube a su coche y acelera a 120Km/h en un lugar plagado de transeúntes, podemos experimentar miedo-expliqué poniéndole como ejemplo, cosa que pareció agradarle, pues esbozó una vistosa sonrisa.
-Así que en este momento estas angustiada-dijo con cierta satisfacción.
-Algo-admití desaferrándome del asiento.
-No deberías estarlo-aseguró adelantando a varios coches por el carril contrario.
Rebatí su afirmación en mi fuero interno. No es que me sintiese desprotegida a su lado pero, teniendo en cuenta que él no parecía entender nada relacionado con los humanos y sus costumbres, era totalmente lógico que me sintiese un tanto intranquila.
-¿Y el frío?-preguntó tras permanecer algunos segundos pensativo.
En un principio no entendí su inesperada pregunta, aunque rápidamente rememoré nuestra anterior conversación.
-El frío es...-murmuré arrugando levemente la frente al no hallar una respuesta concreta para darle-Es difícil de explicar-aseguré-Se trata de una sensación que los humanos sentimos cuando...Cuando nuestros cuerpos se encuentran a una temperatura inferior a la normal.
-¿Por qué no la reguláis?
-¿Regularla?-pregunté confusa.
-No podéis hacerlo-dijo al contemplar mi desconcertado rostro-Sois verdaderamente fascinantes-aseguró volviendo a posar sus deslumbrantes ojos en la calzada.
-Creo que no sabes cual es el significado de fascinante-mustié al no hallar en los humanos indicio alguno de encantamiento.
-¿Por qué dices eso?
-Porque no hay nada especial en nosotros-contesté como si la respuesta fuese obvia-Absolutamente nada fascinante, alucinante o mínimamente interesante.
Permaneció durante algunos pocos minutos en un mutismo absoluto, seguramente cavilando sobre mi tajante respuesta.
-No creo que estés en lo cierto-comentó sin apartar sus brillantes retinas verdes de mí-Conocerte ha sido lo más increíble que me ha pasado en la vida.
Analicé su serena expresión en busca de burla o engaño alguno en sus palabras, aunque para mi sorpresa, no hallé en su perfecto rostro rastro alguno de falsedad.
-Los humanos tenéis una forma especial de ver el mundo-explicó-Vuestra mortalidad os hace especiales. Sois capaces de experimentar sensaciones para la mayor parte de nosotros impracticables.
-¿Eso es lo que nos haces especiales?-inquirí con sorna-¿Nuestra capacidad por sentir frío, calor, miedo, dolor, amor?
-Sin dudarlo-afirmó agrandando su hipnotizante sonrisa-Y no sólo eso. Todavía no sé como podéis hacerlo, pero tenéis la capacidad de transmitirnos esas sensaciones.
Permanecimos durante unos breves instantes en silencio, contemplándonos el uno al otro. Era totalmente ilógico que alguien como él, un ser tan magnifico y excepcional, sintiese que nosotros, simples humanos, teníamos algo que pudiese si quiera igualar su deslumbrante anomalía.
-Cuando te desmayaste sentí lo que llamas miedo-comentó logrando que dejase mis negativos pensamientos apartados-Jamás había experimentado algo parecido. Me...¿Cómo lo has llamado antes?-intentó rememorar-Me angustié.
Parecía orgulloso por haber sido capaz de experimentar miedo cosa que yo, por otra parte, intentaba no padecer. Quizá tuviese razón. Quizá ser capaces de padecer tales emociones nos hacía en parte especiales, al menos para ellos. Durante algunos minutos volvimos a sumirnos en un cómodo y sereno silencio.
-¿Por qué apareciste?-aquella pregunta hacía varias horas que rondaba mi cabeza.
-¿Cómo?-inquirió perplejo.
-¿Por qué apareciste en mi vida?-repetí buscando una respuesta aceptable.
Hasta entonces no había sabido nada de él ni de nadie de su desconocida especie y de repente, de la noche a la mañana, aparecía sin razón alguna desbaratando todos mis planes de futuro. Un futuro puramente humano.
-Es difícil de explicar-dijo con apreciable inquietud-Como bien sabes, los humanos estáis destinados a experimentar las emociones que os caracterizan justamente por ser lo que sois.
-Destinados-murmuré perfilando una tenue sonrisa en mi tez a la vez que negaba livianamente con mi rostro.
-Sé que no te gusta esa palabra, pero para nosotros el destino es fundamental-quiso explicar-Bueno, como te decía, de la misma manera que vosotros os veis ligados a vuestros sentimientos, nuestra especie experimenta cierto ligamiento a aquel ser que debemos proteger.
Fijé mi vista en el exterior, vislumbrando ante mí el hermoso paisaje que nos rodeaba. Nos hallábamos ante el St. James´s Park, lugar hermosísimo que conectaba con el puente de Westminster, lugar que habíamos cruzado poco antes. Allí era donde habían atinado el cadáver de mi madre. Intenté borrar la desgarradora imagen de mi mente y volví a posar mi vista en mi bello acompañante.
-¿Yo soy el ser que debes proteger?-inquirí en el instante en el que el joven borraba su peculiar sonrisa para mostrar un semblante serio que logró inquietarme.
-Por desgracia me temo que sí-mustió denotando pesar en sus palabras-No quisiera que creyeses que no me alegro de que seas tú la elegida-aclaró-Simplemente es peligroso.
-¿Si se tratase de otra persona dejaría de ser un problema?-quise saber.
No deseaba ser un estorbo para él. Rememoré las palabras de la muchacha rubia que me odiaba. También ella me veía como un peligro, como una amenaza para ellos. Aunque no sabía exactamente el porqué. Al fin y al cabo, no era más que una humana.
-No-respondió-El caso es que jamás hubiese tenido que ocurrir algo parecido-murmuró logrando que me sintiese repentinamente indigna-Ya hemos llegado-informó aparcando ante la oxidada verja que daba acceso al embarronado césped delantero que componía la entrada de mi casa.
Intenté desviar mi vista de la de mi acompañante en todo momento, cosa que él percibió. Salí del coche tan pronto como lo hizo él.
-¡Helena!-gritó una conocida voz.
Me giré atinando en la cera de enfrente a la agradable Señora Hurley. Era la vecina con la que mayor trato mantenía. Se trataba de una anciana mujer de cabello canoso, el cual siempre residía recogido en un perfecto topo. Su envejecido rostro mostraba amabilidad y sus oscuros ojos denotaban añoranza por un marido que tan sólo unos meses antes había sido enterrado en Merton & Sutton Joint Cementery.Era del tipo de personas que jamás aceptaban un no por respuesta y que siempre estaban dispuestas a ayudar en lo que hiciese falta, más para pasar el tiempo que por verdadero interés.
-Hola Señora Hurley-saludé amablemente cuando la anciana mujer cruzó la estrecha calle para plantarse ante mí con una gran tarta de manzana en las manos.
-Iba a visitarte al hospital-informó-Sé que te encantan las tartas de manzana y he pensado que quizá podría apetecerte un poco de comida casera. La comida del hospital sabe a rayos.
Sonreí mientras agarraba entre mis frígidas manos el caliente plato recubierto con papel de aluminio.
-Se lo agradezco muchísimo-agradecí de corazón.
La verdad es que me moría de ganas de darle un buen bocado a aquel exquisito manjar. La Señora Hurley era una magnífica cocinera. De hecho, durante su juventud se había dedicado a la cocina.
-No tienes nada que agradecerme-aseguró ejecutando un despreocupado gesto con la mano-Es un placer servir de ayuda. Debes estar pasándolo fatal-presupuso-Cuando mi querido Benjamin me abandonó...Jamás olvidaré lo que solía decirme: "Agradece que sigues viva y aprovecha lo que quede de tu existencia como si cada día fuese el último".
-Era un hombre muy sabio-dije sin saber exactamente como actuar ante tal situación.
No me gustaba hablar sobre los muertos y, mucho menos, si hacía tan poco que yo había perdido a un ser querido.
-Sabes que valoraba mucho a Alicia-me hizo saber-Debemos pensar que ahora está en un mundo mejor.
Sonreí sin demasiadas ganas. Estaba empezando a incomodarme de verdad. Contuve la respiración unos segundos, cavilando la mejor forma de despedirme de mi indiscreta vecina sin parecer maleducada.
-Oh, ¿Quién es ese joven tan apuesto que te acompaña?-preguntó al avistar junto a la oxidada verja a Paris, el cual se hallaba recostado sobre el duro muro enladrillado con los brazos cruzados y la vista fija en mí.
-Se trata de un compañero de la facultad-mentí mirando de reojo a Paris, el cual ejerció una casi imperceptible sonrisa en su sereno rostro-Está siendo un gran apoyo para mí en estos momentos.
-Se vé que es una buena persona-aseguró estudiando a mi acompañante con una mueca de aprobación en su arrugado rostro.
-Señora Hurley, debo marcharme-informé esperando que no pusiese resistencia.
-Por supuesto. No es de buena educación hacer esperar a los invitados-aseveró esbozando una amable sonrisa en su tez.
-Le devolveré el plato lo antes posible-prometí.
-No te preocupes-dijo acariciando mi gélida mano derecha-Por ahora descansa y tómate un tiempo para ti. Yo ya tengo suficientes platos en mi casa-comentó afablemente.
-Muchas gracias-murmuré finalmente despidiéndome.
Caminé pausadamente hacia la puerta principal de mi casa escoltada en todo momento por Paris, que extrajo una menuda llave del interior de sus pantalones vaqueros para darme acceso a la entrada de la vivienda.
-¿De dónde...?
-Es la llave de la cerradura nueva-comunicó-Tuvieron que cambiar la puerta después del destrozo que la anterior sufrió-explicó sin borrar aquella sutil sonrisa pintada en su tez.
La verdad es que ni siquiera me había percatado del vistoso cambio. La añeja puerta principal había sido sustituida por un elegante portón de madera oscura con detalles metalizados grabados en el mismo listón.
-Siento no haber pedido tu opinión para elegir el estilo, pero al permanecer sedada me vi obligado a seleccionarlo yo-se disculpó al contemplar mi reflexivo rostro.
-Me encanta-aseguré pasando las yemas de mis dedos sobre la lisa superficie de madera nueva.
-Me alegra que te guste-comentó ingresando en la vivienda con una amplia sonrisa dibujada en su cara.
-¿Cuánto ha costado?-pregunté siguiendo sus pasos tras cerrar la puerta.
-Es un regalo por haberte roto la anterior-alegó posando sus refulgentes retinas en mí.
Entreabrí los labios con la clara intención de negarme a aceptar tal regalo. Estaba claro que le había costado muchísimo dinero, lo que era totalmente innecesario. Tan sólo hubiese tenido que cambiar el cerrojo de la antigua puerta, lo que le hubiese costado una quinta parte de lo que debía valer el grueso portón.
-No voy a aceptar ningún tipo de negativa-afirmó dejándome con la palabra en la boca-Déjame hacerte ese minúsculo regalo-rogó de manera emocionalmente chantajeante.
Resignada, me crucé de brazos e inspeccioné en un rápido vistazo la nítida estancia.
-¿Quién era la mujer de antes?-preguntó mostrando nuevamente su falta de discreción.
-Es mi vecina-respondí sin demasiado interés-Es una mujer muy agradable. Siempre nos ha ayudado a mi madre y a mí cuando lo hemos necesitado.
-¿Cuántos años tiene?-inquirió repentinamente dejándome confusa.
-Supongo que debe rondar los setenta y algo-respondí-¿Por qué lo preguntas?
Se quedó curiosamente pensativo. Al parecer le interesaba el tema, aunque no entendía la causa.
-¿Cuántos años puede vivir un ser humo?-volvió a preguntar con manifiesta curiosidad.
-Pues depende. Si no enfermas, la esperanza de vida de una mujer ronda los ochenta y pocos y la de los hombres los setenta y muchos-expliqué-Aunque siempre hay excepciones. Hay gente que ha alcanzado los cien años de edad.
-Cien años...-repitió en un susurro.
-¿Qué ocurre?-quise saber al percibir en su rostro preocupación.
-Nada-respondió con rapidez-Me ha asombrado vuestra corta esperanza de vida, nada más-aseguró volviendo a recalcar su nerviosa sonrisa.
-¿Cuántos años podéis vivir vosotros?-pregunté en el instante en el que me asentaba en el mullido sillón ubicado en el salón.
-Depende de la especie-comunicó.
-¿Acaso hay especies diferentes a la tuya?-inquirí intentando disimular mi emoción.
-Por supuesto-aseguró-¿Acaso vosotros no estáis compuestos por diferentes especies?
-Los humanos no-aseguré-Existieron en el pasado diferentes especies humanas: Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens, todos ellos de la familia de los homos. Dentro del último grupo se distinguen el Homo sapiens neanderthalis y el Homo sapiens sapiens, los actuales humanos. Pero dentro de los Homo sapiens no hay subdivisión posible. Somos sencillamente humanos.
-¿Y qué pasa con el resto de animales?-preguntó un tanto confuso.
-Bueno, la clasificación animal es bastante amplia. Dentro del Reino Animal encontramos diferentes tipos de animales, el Filo al que pertenecen. Existen alrededor de unos cuarenta filos, aunque la gran mayoría de animales se clasifican en Arthropoda, Mollusca, Porifera, Cnidaria, Platyhelminthes, Nematoda, Annelida, Echinodermata y Chordata-recité de memória-Dentro de éste último tipo es donde nos hallamos los humanos. Y, por si fuera poco, dentro de los Chordata distinguimos entre los urocordados, los cefalocordados y los vertebrados. Los dos primeros se agrupan con el nombre de procordados y el último es el perteneciente a los homos. Dentro de los vertebramos hallamos tres superclases: Agnatha, Gnathostomata y Tetrapoda. Por último dentro de la superclase Tetrapoda encontramos la clase de los mamíferos y, dentro de ellos, varios órdenes, familias, géneros y espécies-cité con una exactitud asombrosa incluso para mí.
La verdad es que no tenía mucho mérito saber de carrerilla el Filo animal si tenía en cuenta que estaba estudiando medicina y que me habían obligado a estudiar un millar de veces la nomenclatura animal.
-Entonces...-murmuró pensativamente-Sois Chordata-vertebrados-tetrapoda-mamíferos-homosapiens-determinó con una determinación sorprendente.
Sólo había nombrado una vez cada una de los grupos y clases. Y, asombrosamente, Paris ya era capaz, al menos, de recitar parte de ellos a la perfección. Se trataba de un ser verdaderamente extraordinario. Todavía recordaba cada hora invertida en aprender aquellos odiosos nombres en latín.
-¿Ves como sois fascinantes?-dijo agrandando su sonrisa a la vez que se sentaba junto a mí en el menudo sofá.
-¿Vosotros sois una única especie?-pregunté al imaginar a cada uno de los seres que debían parecerse al asombroso muchacho asentado junto a mí.
-Bueno...-murmuró pensativo-Teniendo en cuenta vuestra nomenclatura supongo que no. Algunos derivamos de los humanos y de muchos otros ni siquiera sabemos su origen.
-Todavía no me has dicho qué eres-insistí como veces anteriores-Te dije que no lo olvidaría.
Rió por lo bajo ante mi pertinaz comentario. No iba a darme jamás por vencida y él lo sabía.
-Soy lo que los humanos denomináis cambiante-nombró con tranquilidad.
-Cambiante-repetí alzando una ceja-¿Y qué se supone que es eso?-pregunté logrando que agrandase su deslumbrante mueca de satisfacción.
-Te dije que te diría qué era, no que te explicaría qué era-comentó con vistoso regocijo.
-No es cierto-contradije-Dijiste que responderías a todas mis dudas. A todas-recalqué.
-Vamos, puedes encontrar la respuesta en cualquier libro de literatura-aseguró sin intención de explicarme su don-Sólo debes buscar.
-No es justo-manifesté frunciendo los labios-¿Para qué quieres hacerme perder el tiempo?
-No se trata de perder el tiempo, sino de invertirlo haciendo algo útil-aseguró poniéndose en pie.
-Ten por seguro que no voy a pasarme semanas enteras buscando entre libros una respuesta concreta-declaré cruzándome de brazos.
-¿Y qué harás para encontrar la respuesta que buscas?-preguntó sin dejar momento alguno de utilizar un tono gozoso para hablarme que empezaba a fastidiarme.
-Lamento comunicarte que la tecnología ha avanzado muchísimo en los últimos siglos-informé con cierto jubilo-¿Quién necesita los libros cuando puedes recurrir a una fuente de información mucho más rápida?
Paris me contempló con confusión, sin saber a qué me refería. Pronto, su satisfactoria sonrisa fue perdiendo fuerza para transformarse en una liviana mueca que denotaba nuevamente curiosidad.
Me alcé rápidamente del mullido sillón y me dirigí hacia el piso superior seguida por mi fiel acompañante. Penetré en uno de los cuartos, situado ante a mi habitación. Se trataba de una menuda sala repleta de libros viejos y desgastados y notas colgadas de las paredes junto con los calendarios tachados de años pasados. Pero lo más importante de la sala no era su desorden, sino el casi oculto ordenador que se hallaba sobre el único mueble que decoraba la estancia, un añejo escritorio. Ni siquiera había una silla en la cual poder sentarme, pero eso ahora poco importaba.
-¿Qué haces?-preguntó mi compañero cuando pulsé el circular interruptor que encendió el ordenador.
-Supongo que no sabes que es esto, ¿Verdad?
Paris respondió a mi pregunta con un gesto de claro desconcierto, lo que agrandó mi dichosa sonrisa.
-Se trata de uno de los mejores inventos humanos de la historia: un ordenador-anuncié a la vez que encendía el monitor-Te va a encantar.
-¿Para qué sirve?-preguntó pasando las yemas de sus dedos sobre el empolvado monitor.
-Para muchas cosas. Entre ellas, para buscar la información que necesito-garanticé.
Tras algunos pocos minutos, el floral salvapantallas se mostró ante nuestros ojos. Agarré rápidamente el ratón y cliqueé sobre uno de los iconos que abarrotaban el fondo de escritorio. Con insufrible lentitud se abrió la página web referente a Google, dónde escribí la palabra cambiante en el alargado recuadro blanco. Vertiginosamente, aparecieron varios enlaces. Cliqueé en el primero de ellos, perteneciente a Wikipedia, dónde hallé la respuesta que buscaba.
En literatura, un cambiante es un ser humano (o algún otro tipo de criatura) que pueden cambiar de forma, generalmente adoptando la forma de otro ser vivo (otra persona o animal).
Leí en silencio cada una de las definiciones que hallé ante la penetrante mirada de Paris, que sonrió con efusividad. Intentando hacer caso omiso a su irritante mueca, seguí leyendo cada una de las definiciones.
El panteón de muchas mitologías incluye divinidades y otras criaturas sobrenaturales capaces de asumir la forma de animales o mortales. En la mitología griega, el ejemplo por excelencia es el de Proteo, que podía asumir cualquier forma a condición de no encontrarse inmovilizado...El folclore de muchos países incluye referencias a criaturas que pueden cambiar de forma; ejemplos tradicionales son los licántropos y los vampiros (estos últimos, según algunas interpretaciones, pueden transformarse en murciélagos u otras criaturas).
-Licántropos y vampiros...-farfullé más para mí misma que para mi acompañante.
-¿Has llegado a alguna conclusión?-me preguntó con claro interés.
-Bueno, no creo que seas ni un hombre lobo ni un vampiro-aseguré al contemplarle.
-¿Cómo estás tan segura?-inquirió acercándose lentamente a mí con una tenue sonrisa pintada en su bello rostro blanquecino.
-Porque los licántropos se transforman en lobos y los vampiros en murciélagos, no en adorables gatitos-mustié en un tono cándido que pareció agradar a mi acompañante.
-Siento llevarte la contraria, pero los vampiros tampoco pueden transformarse en murciélagos-aseguró dejándome totalmente de piedra.
Le observé con seriedad esperando que en cualquier instante emprendiese una fuerte risotada que pudiese sacarme del shock en el que me mantenía, aunque permaneció tan sereno como siempre. Sin denotar falsedad alguna en su rostro.
-No lo dices en serio-mustié al recuperarme ligeramente del momentáneo trance.
-¿Tan raro te parece? Los humanos tendéis a exagerar lo desconocido-aseguró sin rebatir en momento alguno su anterior afirmación.
-No me refiero al hecho de que puedan o no transformarse en murciélagos-declaré un tanto alterada.
-Los humanos tenéis unos cambios de humor muy extraños-dijo sin entender la causa de mi repentina inquietud.
-¿Existen?-logré balbucear.
-Por supuesto-respondió mostrando tranquilidad.
De repente se aparecieron en mi mente miles de imágenes referentes a los vampiros. Durante mi vida había visto cientos de películas basadas en ellos: seres inmortales, asesinos por naturaleza, chupadores de sangre, absorbedores de almas. Había miles de definiciones para explicar qué era un vampiro, y ni una de ellas le definía como un ser maravilloso de gran belleza y con poderes asombrosos destinados para hacer el bien. Sino más bien los definían como seres horripilantes, de largos colmillos, de tez pálida y fría, poseedores de una fiereza asombrosa.
-Helena, ¿Te encuentras bien?-inquirió mi preocupado compañero.
-Creo que si-murmuré tras parpadear varias veces seguidas-Necesito acostarme un rato-dije sin ser capaz de asimilar que tales seres se hallasen en el planeta.
Caminé hasta mi cuarto con la única intención en mente de tumbarme en mi cama y dormir durante horas. Me acosté sobre el mullido lecho ante la atenta mirada de Paris, que se mantenía junto a la puerta sin saber muy bien qué hacer.
-¿No tienes sueño?-pregunté consiguiendo que esbozase una liviana media sonrisa en su tez.
-No te preocupes por mí-aseguró dando media vuelta con la intención de marcharse.
-¡Paris!-llamé mientras me recostaba sobre la cama.
El guapísimo cambiante me contempló con nerviosismo, temiendo que hubiese podido ocurrirme algo durante el breve lapso de tiempo que había permanecido sin la vista fija en mí. Sonreí al contemplar su cara de vistosa inquietud.
-¿Podrías quedarte conmigo?-rogué al sentirme repentinamente sola.
-Claro que sí-respondió con cierta tranquilidad.
Al parecer, por lo que hasta entonces había podido comprobar, se sentía más nervioso cuando se hallaba lejos de mí. Y yo, por extraño que pareciese, me sentía desprotegida al no tenerle cerca. Recordé las palabras que Paris me había dedicado con anterioridad. En un principio me pareció extraña la explicación que había utilizado para definir la relación protector-protegido, aunque ahora estaba empezando a adquirir cierto significado. Era como si empezásemos a depender el uno del otro. Como si el distanciamiento pudiese afectarnos negativamente. Estaba empezando a creer que no sería capaz de subsistir sin la tranquilidad y seguridad que él me infundía.
4 comentarios:
hace tanto que no tengo tiempo para dedicarme a leer algo, ayer me puse a terminar de ller tu historia, iba por el capitulo dos. me encantó! es excelente, pero no te voy a mentir, me hubiera gustado un poco mas largo el final, pero eso lo decides tu, igualmente como me gusto tanto la imprimí, y la tengo en mi pequeña biblioteca en mi dormitorio junto con los pocos libros que me han interesado, si tienes alguna otra historia por favor avisame a agus.94@live.com.ar
gracias por la historia y mucha suerte!!
dos preguntas:
1) como le mando un mensaje a otro usuario de bloger?
2)como hago para que una entrada se vea entera? porque si es muy larga aparece ''Ver mas'' y queiro que se vea entera
Hola skpr!! Voy a intentar cambiar la configuración del blog, así podrás comentar todo lo que quieras (ya sean alabanzas, críticas o lo que te apetezca, xD)
UN BESO!
http://ladecimacullen.blogspot.com
http://elrincondelashistorias.blogspot.com
Publicar un comentario