jueves, 5 de marzo de 2009

CAPÍTULO 2: EL GUARDIÁN


CAPÍTULO 2: EL GUARDIÁN

Desperté sobresaltada ante los desgarradores gritos que mi desequilibrada madre realizaba. Quise dormir. Quise volver a cubrir con el grueso edredón todo mi cuerpo y fingir que no había escuchado nada que debiese alterarme aunque, como siempre, no fui capaz de hacerlo. Me levanté con temor de la cama, que chirrió livianamente ante mi repentino alzamiento, y caminé pausadamente hacia la habitación de mi madre. Suspiré amargamente segundos antes de posar mi trémula mano sobre el desgastado pomo incrustado en aquella puerta repleta de golpes que mi propia madre, durante sus habituales borracheras, había perpetrado.

-¿Mamá?-pregunté en un débil murmullo que todavía no se como logró aflorar de mi quebrada garganta.

Ante mi lánguida llamada, Alicia dirigió sus acuosos ojos marrones hacia mí. Me contemplaba con temor, con amargura.

-¿Qué ocurre?-quise saber en el instante en el que penetraba en la caótica estancia.

Miles de papeles arrugados se mantenían esparcidos por el mugriento suelo de la habitación, la menuda papelera de mimbre habitualmente estacionada en uno de los rincones de la sala permanecía ahora sobre la deshecha cama y todo su contenido residía vertido por doquier, los frascos de colonia que yo misma le había regalado durante sus últimos cumpleaños ahora no eran más que pedazos de cristal que hacían juego con la nueva decoración del cuarto, las finas cortinas amarillentas se hallaban cerradas de par en par impidiendo así que la tenue luz proveniente de las farolas que alumbraban las calles pudiesen penetrar en la sombría estancia.

-¡Lo he perdido!-gritó exasperada revolviendo nuevamente uno de los cajones que constituían su ennegrecido escritorio.

-¿Qué has perdido?-pregunté completamente confusa ante la situación.

-¡El dinero!-vociferó totalmente alterada.

No supe qué decir. No supe cómo actuar. Mi paralizada mente repetía una y otra vez las escuetas palabras que mi madre había pronunciado entre gritos. Aspiré lentamente el cargado aire que me rodeaba y pasé frenéticamente una y otra vez mi convulsa mano por mi cuero cabelludo.

-¿Cómo...?-logré farfullar ante la conmoción que todavía sentía.

-¡No lo sé, ¿Vale?!-bramó sin cesar su búsqueda.

Negué lentamente con la cabeza a la vez que emprendía nuevamente el paso hacia mi cuarto. No estaba dispuesta a soportar aquella situación. No era suficientemente fuerte como para actuar con la frialdad necesaria.

-¡¿Dónde vas?!-vociferó desconsoladamente en el instante en el que cruzaba el dintel sujeto por las jambas que componían parte de aquella fracturada puerta con la que Alicia descargaba toda su furia.

-A mi habitación-respondí resueltamente intentando mantener mi postura de falsa indiferencia.

-¡De eso nada!-replicó bramando cual lunática consiguiendo que aquel odioso chillido se clavase en mis doloridos tímpanos-¡Ayúdame a buscar el dinero!-ordenó en el instante en el que agarraba fuertemente mi brazo y me zarandeaba violentamente.

-¿Para qué?-mustié débilmente-Sabes que no lo tienes.

-¡Claro que lo tengo!-aseguró sin cesar aquel penoso llanto que no logró infundir ni un ligero sentimiento de compasión en mí-Debe estar por aquí-balbuceó sin soltar mi estático brazo.

-¿Con qué pagaste las copas de más que bebiste ayer?-inquirí con enfado sin ser capaz de reprimir por más tiempo las lágrimas de rabia contenida.

-Con mi dinero-aseguró en un tono de voz delator.

Estaba segura de que ni siquiera recordaba qué era exactamente lo que había hecho la mañana anterior.

-¿Con qué dinero?-pregunté firmemente escabulléndome de los aprisionadores brazos Alicia, que me contempló con arrepentimiento-Cinco trabajos en un mes-comenté con la decepción incrustada en mi clara y serena voz-Cinco despidos-esclarecí con rudeza.

-Ha sido una mala racha-intentó justificarse sin atreverse a visualizar mis ojos cargados de frustración y rencor.

Asentí sin convencimiento alguno a la vez que limpiaba con la manga del jersey marrón que todavía vestía las pocas lágrimas que habían logrado brotar de mis cansados ojos.

-Necesito que me ayudes-me imploró sin cesar su llanto.

-Como siempre-declaré sombríamente sin atreverme a contemplar a aquella mujer que se ubicaba junto a mí.

-Puedo cambiar-prometió tomando nuevamente mi inmovilizado brazo.

Reprimí mis ganas de gritar, de llorar y de insultar a aquella mujer que se hacía llamar madre.

-Lo peor de todo es que verdaderamente crees que puedes cambiar cuando te plazca-comenté con desaliento zafándome de las manos de Alicia-Y no es así-murmuré finalmente abordando con una rápida caminata la poca distancia que quedaba entre mi actual ubicación y mi cuarto.

Cerré la puerta con un grotesco portazo. No solía hacer ese tipo de cosas que tantas veces mi propia madre elaboraba, pero la rabia que sentía estaba logrando nublar la poca sensatez que me quedaba. Me quedé en pie llorando como una verdadera tonta. Debía afrontar yo misma la situación si no quería que todo se fuese a pique. Intenté inhalar la mayor cantidad de oxígeno posible manteniendo mis hinchados ojos cerrados. Me tranquilizaba imaginar por unos breves minutos que no me hallaba en aquel lugar. Me serenaba lo suficiente como para poder recobrar la compostura que últimamente tan frecuentemente perdía.

-Tranquila, tranquila, tranquila-me repetía una y otra vez a mí misma logrando de esa manera que mi ira se apaciguase paulatinamente.

Un conocido maullido resonó en la menuda habitación logrando captar como otras veces mi total atención. Sentado sobre el alféizar de la única ventana dispuesta en mi cuarto, entonces abierta de par en par, se hallaba mi nueva mascota. Sus brillantes ojos me contemplaban como siempre hacían a la vez que su larga cola se movía rítmicamente. Esbocé una tenue sonrisa en mi descompuesto rostro mientras caminaba hacia el minino, que movió de tal manera el hocico que llegué a preguntarme a mí misma si me había sonreído. Borré aquel ridículo pensamiento de mi mente en el instante en el que le cogía para abrigarle entre mis brazos.

-¿Has abierto tú la ventana?-pregunté absurdamente segundos antes de recordarme a mí misma que sólo se trataba de un gato-Creí que la había cerrado-me dije a mí misma mientras la cerraba con el pestillo.

Con el felino en brazos, me lancé suavemente sobre la deshecha cama e intenté conciliar el sueño. Acaricié cariñosamente el lomo del animal, que ronroneó armoniosamente. Aquel sonido me encantaba. Justo cuando creí que podría llegar a quedarme dormida, la quebradiza voz de mi madre logró desvanecer en mí todo rastro de adormecimiento posible.

-¿Puedo entrar?-preguntó golpeando sutilmente la antigua puerta de madera que nos separaba.

-No-respondí decididamente sabiendo que si emprendíamos una nueva conversación sería yo la que saldría mal parada.

-Por favor-pidió segundos antes de ingresar en la estancia sin esperar una respuesta por mi parte.

Rápidamente, escondí tras de mí a la pequeña bola peluda que instantes antes había permanecido cómodamente aposentada sobre mi vientre.

-Te he dicho que no quería que entrases-me quejé intentando ocultar con el mayor disimulo posible al felino.

-Cariño, por favor...-rogó una vez más en el instante en el que se asentaba en el borde de la cama más alejado a mí.

-No me llames así-dicté con enfado.

Sólo empleaba apodos cariñosos conmigo en determinadas ocasiones para intentar ablandar mi fuerte carácter, cosa que normalmente lograba. Odiaba que me tratase de esa manera. Ya no era aquella muchacha inocente que le encubría en todo tipo de situaciones o, al menos, eso me obligaba a creer. Intentaba imponer el sentido común muy por encima de los afectuosos sentimientos que lograban debilitarme, aunque no solía conseguirlo.

-Sólo te tengo a ti-farfulló en un endeble murmullo que logró brotar de su garganta a la vez que de sus grandes ojos marrones sobresalían varias lágrimas más.

Ni siquiera me molesté en visualizar su descompuesto rostro. Lo había contemplado demasiadas veces. Durante toda mi vida había luchado por lograr ser algo más de lo que mi madre realmente deseaba que fuese y no iba a malgastar el tiempo intentando resolver cada unos de los problemas en los que, cada vez con más frecuencia, se inmiscuía. Sólo tenía diecinueve años y había visto ya suficiente para toda una vida. Estaba harta.

-Si no me ayudas me matarán-balbuceó nerviosamente consiguiendo que mis indecisos ojos se posaran en ella, que no cesaba su llanto.

-¿De qué hablas?-pregunté con un deje de histeria en mi inestable voz.

-Estoy metida en algo...Creí que podría dejarlo-comentó esta vez sin mirarme mientras se tocaba frenéticamente las manos-Juro que creí que podría-murmuró finalmente tras haberse limpiado con el sucio pañuelo que portaba entre sus manos las gruesas lágrimas que había derramado.

-No quiero saberlo-dije tras algunos minutos de silencio en los que ambas nos dedicamos a desviar nuestras miradas hacia algún punto muerto.

En aquel preciso instante fue cuando comprendí cuan desesperada estaba mi madre. Me observó con sus rojizos e inflamados ojos intentando articular palabra, cosa que en un principio no logró. Sin previo aviso, se lanzó sobre mí. Sus delgados brazos me rodearon con desespero. Temblaba escandalosamente. Sus cálidas lágrimas comenzaron a humedecer el jersey que entonces vestía a la vez que sus sibilantes palabras plagadas de dolor se incrustaban en mis tímpanos.

-Por favor...Te necesito-repetía reiteradamente esperando mi respuesta.

No sabía qué debía hacer. Si hubiese sido ligeramente más egoísta, le hubiese negado mi ayuda a una mujer cuya única pretensión en la vida había sido, era y sería en un futuro que quizá no fuese lo suficientemente largo, destrozar su existencia y la de aquellos que le rodeaban. Por esa misma razón a penas teníamos parientes que se prestasen para auxiliarnos.

-¿Qué necesitas?-inquirí en un vacilante susurro que no estaba segura haber debido pronunciar.

-Gracias, muchas gracias-agradeció besando una y otra vez mi tenso rostro seguramente pálido.

Se alejó lentamente de mí con una tenue sonrisa pintada en su rostro a la vez que intentaba limpiar el rastro de rímel esparcido alrededor de sus acuosos ojos.

-Dos mil ochocientas libras-rumió aceleradamente volviendo a desviar la vista de mi rostro ahora descompuesto ante el asombro.

-¿Qué?-pregunté en un débil balbuceo.

-Sé que es mucho, pero...

-Yo no tengo ese dinero-alegué totalmente confusa ante la petición de mi madre-Y tu lo sabes-declaré perpleja.

Percibí en los ojos de Alicia un brillo de esperanza que logró ocasionar un leve estremecimiento en mí. Inmediatamente supe que ella ya había llegado a esa conclusión y que había hallado una solución posible para el problema que acababa de plantearme.

-¡Ni lo sueñes!-grité completamente furiosa al averiguar lo que aquella egoísta mujer había ideado.

-Es la única solución-aseguró temiendo que yo no cambiase mi parecer-¡Necesito ese dinero!

-¡¿Y yo qué?!-vociferé fuera de mí.

Ese dinero era mío. No tenía derecho a quitármelo, no podía exigirme algo parecido.

-Cariño, podrás conseguir otra beca el año que viene-intentó razonar.

-¡Tú no tienes ni idea!-bramé con rabia-¡No tienes idea del sacrificio que supone conseguirla!

Durante años había luchado por sacar las mejores calificaciones. Había dejado apartada mi vida social para dedicame en cuerpo y alma a los estudios porque sabía que era la única manera en la que podría llegar a hacer lo que deseaba. Había pasado noches en vela estudiando mientras ella se largaba de copas con los amigos hasta altas horas de la madrugada. No era justo. No iba a permitir que en un sólo día destrozase la vida que con tanto esfuerzo había construido.

-Me buscan desde hace meses-explicó con temor desviando una milésima de segundo la vista hacia la ventana para visualizar el exterior-Si me encuentran...

-No me importa-mentí en el instante en el que mis ojos volvían a empañarse.

Alicia me contempló durante unos breves segundos antes de alzarse furiosamente de mi cama y marcharse de mi cuarto cerrando la puerta con un violento portazo que resonó en toda la casa. Sentí remordimientos inmediatamente tras su marcha. Cerré con fuerza los ojos a la vez que me mordía el labio inferior con rabia, del cual empezó a brotar un leve hilo de sangre que trazó un rápido recorrido por mi mentón. Intentaba reprimir las ganas de llorar que sentía sabiendo que una vez empezase no podría parar hasta que no quedase en mi cuerpo más agua que poder expulsar. Tras algunos pocos minutos de calma, dirigí lentamente la vista tras de mí esperando encontrar a Garfield. Contemplé con asombro que no se hallaba en el lugar en el que le había colocado y, aceleradamente, paseé mi acongojada mirada por la menuda habitación en la que me hallaba.

-¿Garfield?-llamé al no atinarle en el lugar.

Me alcé de la cama buscando una y otra vez por el cuarto algún rastro del felino. Abrí el armario esperando encontrar al minino en el interior, pero ni rastro de él. Miré bajo la cama y bajo el grueso edredón obteniendo el mismo resultado.

-Garfield, no es un buen momento para jueguecitos-aseguré empezando a alterarme ante la súbita desaparición de mi única compañía.

Salí del cuarto apresuradamente y recorrí gran parte de la casa sin cruzarme, afortunadamente, ni una sola vez con mi madre. Estaba a punto de darme por vencida cuando escuché su característico maullido proveniente del exterior. Crucé aceleradamente la puerta que daba al jardín delantero encontrando allí, sobre el muro enladrillado que cercaba la casa, al menudo gato canela que tan rápidamente había aprendido a estimar. Suspiré con tranquilidad cuando sus deslumbrantes ojos se posaron sobre mí.

-No deberías estar aquí-le reprendí sin utilizar dureza alguna en mis palabras-Si Alicia descubre que estás aquí...-murmuré justo en el instante en el que el felino erizaba el bello de su lomo y enseñaba sus afilados dientes mostrando su agresividad.

En un principio creí que aquel acto de carácter belicoso iba dirigido a mí, aunque rápidamente comprendí que no era en absoluto lo que en un inicio había pensado. Ante mí, a unos diez metros de distancia, pude avistar la figura de una mujer. Su largo cabello rubio abordaba gran parte de su esbelta figura. Me contemplaba con sus fascinantes ojos azul turquesa mostrando claramente la aversión que sentía por mí. Jamás me habían analizado de ese modo tan descarado y la verdad es que no me sentí en absoluto cómoda durante los pocos minutos que permanecí ante su hostil mirada.

-Vamos Garfield. Debemos volver dentro-dije acercándome al irritado animal-Hace frío-murmuré en el instante en el que agarraba al minino, que no apartó su enervada mirada de aquella alta y hermosa mujer que seguía observándome.

Pude observar la manera en la que sonrió instantes antes de que penetrase en el interior de la casa junto a mi mascota y sentí una repentina cólera invadir todo mi cuerpo. No se había tratado de una sonrisa amistosa, sino claramente burlesca.








1 comentario:

skpr dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
 
Locations of visitors to this page