viernes, 6 de marzo de 2009

CAPÍTULO 4: EL CADÁVER ENSANGRENTADO DE UNA FUGITIVA


CAPÍTULO 4: EL CADÁVER ENSANGRENTADO DE UNA FUGITIVA

Aquel irritante pitido estaba empezando a ponerme de los nervios. Refunfuñe mientras me recordaba a mí misma que jamás volvería a aceptar ningún regalo proveniente de tía Marga. Me volteé en la dura cama y alargué el brazo con la intención de concluir con aquella tortura. Palpé el aire en busca de la mesita de noche sobre la que se hallaba colocado aquel horrible despertador fucsia que cada mañana lograba enrabiarme. Al no tentar con mi desnuda mano la sólida mesita que debía mantenerse ubicada junto a mi cama, deslicé mi enervado cuerpo hacia el borde de ésta con la intención de lograr esa vez alcanzar el objeto de mis constantes tormentos. Ni siquiera tuve tiempo de entreabrir mis pesados parpados cuando, en una rápida caída, mi cuerpo topó dolorosamente con el frío y duro piso. Gemí débilmente a causa del dolor proveniente de mi brazo derecho. Me faltaba el aliento. Inspiré profundamente mientras dirigía la vista hacia el pliegue de mi codo derecho, en el cual se encontraba incrustada una jeringuilla. Ésta se mantenía adherida a la rojiza piel que la rodeaba gracias al grueso esparadrapo fijado alrededor de mi inmovilizada articulación. Permanecía completamente desorientada. Aquella sala no tenía nada que ver con mi conocidísima habitación. Me senté en el gélido suelo a la vez que examinaba la nítida estancia en la que me hallaba. Analicé detalladamente el lugar asombrándome al atisbar ante mí docenas de ramos de flores. El fuerte aroma a rosas se introdujo en mis fosas nasales, parcialmente taponadas. Tuve que utilizar como apoyo la cama ubicada junto a mí para lograr ponerme finalmente en pie. Me temblaban ligeramente las piernas.

Advertí con repulsión la mancha de sangre presente en mi adolorido brazo. Estaba empezando a marearme. No es que me repugnase el hecho de contemplar sangre, sino que la visión de una jeringa clavada en mi sangrienta piel no era un panorama en absoluto agradable. Inhalé el aire que me rodeaba mientras me sentaba en el borde de la sólida cama. Cerré los ojos e intenté mantener la mente en blanco, aunque aquel persistente pitido que me había despertado minutos antes volvió a retumbar en mi punzante cabeza. Abrí lentamente los parpados a la vez que me acariciaba mi acalorada frente. Ante mí, halle al responsable de mi suplicio. Sobre la otra cama ubicada en la estancia, hasta entonces completamente inexistente para mí, se mantenía tumbado un hombre de mediana edad cuyo rostro se encontraba parcialmente cubierto por vendajes, al igual que la mayor parte de su cuerpo. De sus brazos vendados sobresalían diversos tubos, algunos de ellos conectados al monitor cardíaco colocado contra la pared, el cual ejercía los palpitantes pitidos que hasta entonces tanto me habían molestado. Me sentí repentinamente despreciable al contemplar el mal estado en el que se hallaba el sujeto estacionado ante mí. Aquel antaño molesto silbido proveniente del monitor se transformó en un sutil murmullo que ya nada me incordiaba.

Tras algunos minutos de apaciguador silencio, volví a posar mi confusa mirada en la sección floral ahora ubicada a mi izquierda. Las tres cuartas partes del inmaculado cuarto se hallaban repletas de aromáticas flores que, en mi opinión, nada armonizaban con los sencillos adornos que decoraban la sala. Pensé inmediatamente que los diversos ramos dispuestos ante mi aturdida mirada debían haber sido traídos por los familiares del paciente con el que compartía habitación.

Sin previo aviso, una apresurada mujer hizo su aparición en la pacífica estancia logrando captar mi total atención. Vestía de riguroso blanco y su amable rostro evidenciaba preocupación. Debía rondar los cuarenta años. Algunas arrugas empezaban a adornar su pálida piel en sitios clave como el contorno de sus ojos o las comisuras de sus finos labios.

-Esto es una auténtica locura-comentó esbozando una sutil sonrisa mientras me contemplaba con, según mi criterio, exagerada cordialidad-Ahí fuera se ha montado un gran escándalo-declaró aproximándose a mí.

Agarró delicadamente entre sus fríos dedos mi entumecido brazo derecho. Tenia muy mala pinta.

-Esto te va a doler-aseguró con ternura en el preciso instante en el que arrancaba el esparadrapo adherido a mi piel.

Me mordí con fuerza el labio para evitar gemir de dolor a la vez que dirigía mi vista hacia la amoratada y ensangrentada articulación, en la que seguía incrustada la jeringuilla que seguramente esa misma enfermera había incrustado tiempo atrás en mi entonces blanco pliegue.

-Lo siento, cielo-se disculpó mientras extraía la fina aguja de mi acardenada epidermis.

Le sonreí livianamente intentando aparentar fortaleza. Me dolía tanto el brazo que ni siquiera era capaz de entablar una conversación con la encantadora sanitaria ubicada ante mí. Tenía miles de preguntas que plantearle, aunque deberían esperar. Al menos por el momento.

-¿Te has caído de la cama?-preguntó dibujando una amplia sonrisa en su tez.

Esbocé una tímida sonrisa mientras asentía. Me sentía verdaderamente estúpida. Aquella desconocida mujer no dejaba de analizarme con sus almendrados ojos, lo que estaba empezando a incomodarme. No soportaba que me observasen. Me ponía nerviosa.

-Has roto el tubo-comentó sin borrar la cariñosa mueca que permanecía cosida sobre su longeva piel.

Dirigí mi confusa mirada hacia el lugar que señalaba. Colgado de una especie de perchero metálico se hallaba una bolsa transparente, repleta de un líquido incoloro, que se mantenía unida a un estrecho tubo de plástico que, supuestamente, debía estar unido a la jeringuilla que pocos minutos antes la enfermera me había retirado.

-Lo siento-murmuré en un hilo de voz.

Me encontraba extrañamente cansada, adormecida. Los parpados me pesaban más de lo habitual y a penas era capaz de abrir con la suficiencia necesaria mis gruesos labios.

-No te preocupes. Tenemos cientos más-aseguró en el instante en el que posaba su cálida mano sombre mi frente-Por lo que veo el sedante todavía hace efecto-murmuró para sí misma.

-¿Sedante?-logré preguntar ante el adormecimiento que mis labios estaban experimentando.

-Túmbate-me ordenó si cesar de utilizar aquella susurrante voz que tanta tranquilidad me inspiraba.

Obedecí de inmediato, pues verdaderamente necesitaba echarme. Estaba empezando a marearme de nuevo. Entrecerré los ojos mientras la amable sanitaria cubría mi agarrotado cuerpo con unas finas sábanas blancas.

-Intenta dormir-me aconsejó-Te hará falta.

No comprendí con exactitud el significado de las últimas palabras que la encantadora enfermera había pronunciado hasta que desperté horas después en la misma acogedora habitación. En un principio no fui capaz de distinguir nada más que el cegador fulgor proveniente de los focos ubicados sobre mí pero, lentamente, mis ojos fueron acostumbrándose a la luz que iluminaba la florida estancia.

-No creo que sea una buena idea-escuché que murmuraba la conocida voz de la enfermera que me había atendido anteriormente-Está en tratamiento. Seguramente seguirá sedada.

-Lo lamento, pero no podemos esperar más-aseguró una tosca voz masculina que estaba segura no conocía.

-¿De verdad cree que el asunto es tan extremadamente importante como para despertarla?-inquirió la sanitaria con voz molesta.

-Me temo que sí-respondió otra voz completamente diferente a la primera. Estaba segura de que se trataba de una mujer.

Todavía adormecida, alcé costosamente la parte superior de mi cuerpo quedándome sentada sobre la firme cama dispuesta bajo mi pesado cuerpo. El silencio abarcó rápidamente la sala. Ante mí se hallaban tres personas, aunque tan sólo con una de ellas había mantenido algún tipo de trato. Los dos individuos que no conocía me contemplaron con cierto interés mientras la sanitaria se acercaba a mí con la intención de obligarme a tumbarme de nuevo.

-No hagas esfuerzos-mandó en un tono extrañamente rudo.

-Señora, tenemos prisa-informó el hombre.

Ambos sujetos vestían con la indumentaria típica de los deportistas, por esa razón me sorprendí cuando la mujer extrajo del interior del grueso anorak que vestía una reluciente placa policial. Miré completamente confusa a la crispada mujer ubicada junto a mí, la cual miraba con desaprobación a las dos personas que habían logrado captar mi total atención.

-Necesitamos hacerte algunas preguntas-dijo el policía mirando de reojo a la irritada sanitaria que me escoltaba.

-Quince minutos-mustió con voz firme mi cuidadora segundos antes de salir del cuarto con apreciable indignación.

Examiné los rostros de los dos policías situados ante mí. Permanecían serios, aunque la mirada de ambos denotaba cierto pesar.

-¿Te llamas Helena McGregor?-preguntó la joven mujer fijando su emprendedora mirada en mí.

Asentí levemente a modo de respuesta. No entendía cual era la causa por la que se mostraban tan distantes, tan extremadamente cautelosos.

-Soy la agente Damon y mi compañero es el agente Swank-anunció en un tono neutro que, sin saber exactamente porqué, me dio mala espina-¿Te importaría responder a algunas preguntas?-inquirió en el instante en el que se sentaba en la desgastada butaca negra ubicada junto a mi cama.

Negué con la cabeza a la vez que dirigía mi vista hacia el hombre de mediana edad situado junto a la ventana. Me analizaba detalladamente con sus expertos ojos. Era consciente de que estaba estudiando cada una de mis reacciones, aunque poco me importaba que lo hiciese. No sabía qué era lo hacían allí aquellas personas, pero no había nada que tuviese que ocultar. Absolutamente nada que debiese preocuparme lo más mínimo.

-Tenemos constancia de que se originó un tiroteo en tu domicilio la pasada noche-notificó la policía.

Me quedé completamente paralizada. No sabía si se debía al sedante que los doctores me estaban administrando o al desmayo que tras los sucesos acaecidos en mi vivienda había protagonizado, pero me desconcertó descubrir que hasta ese momento no había sido consciente de cual era la causa por la que me hallaba en el hospital. Durante todo el tiempo que había permanecido en aquella sala no había revivido ni una sola vez en mi aturdida mente la horrible experiencia que poco antes había sufrido.

-También sabemos que estuviste en el lugar los hechos durante la efectuación de los mismos-detalló la mujer.

Ante mis ojos se expusieron cada una de las espeluznantes escenas vividas con anterioridad. La sangre esparcida por la entrada de mi casa, la destrozada puerta principal, los dos cuerpos inertes en medio de la ensangrentada cocina, el hombre desnucado dispuesto sobre el cimiento que componía la entrada de mi casa...

-Sé que se trata de un asunto un tanto escabroso, pero necesitamos saber qué fue lo que viste aquella noche-pidió la agente sin apartar un segundo su escudriñante mirada de mí, que permanecía totalmente ausente.

Ante mis absortos ojos se mostró una escena en particular. Recordaba a la perfección cada minúsculo detalle de lo ocurrido, cada palabra que aquellos individuos habían pronunciado, cada simple gesto que habían llevado a cabo. Pero, por encima de todo aquello, recordaba con desmesurada exactitud la imagen del joven de grandes ojos verde esmeralda que me había desviado de la trayectoria de la bala que hubiese tenido que atravesar mi inmaculado cuerpo.

-No lo recuerdo muy bien-mentí mientras me rascaba teatralmente la frente como si estuviese rememorando en mi mente cada uno de los hechos acontecidos.

No podía contarles que mi mascota me había salvado la vida. No tenía ninguna lógica, ni siquiera para mí. Era una auténtica locura, aunque estaba segura de que no estaba chiflada. Sabía perfectamente qué era lo que había visto.

Los agentes se mantuvieron en silencio durante unos breves minutos, indagando en mi rostro cualquier atisbo de falsedad aunque, por la mirada que ambos se dirigieron, supuse que no habían hallado ni una pizca de engaño en mi sereno rostro.

-Vives con tu madre, ¿No es así?-preguntó con delicadeza la mujer de cabello castaño ubicada junto a mí.

-Si-respondí poco segundos después.

Un nuevo silencio abarco la estancia. Ésta vez aprecié en aquella calma una extraña incomodidad por parte de los sujetos que me interrogaban. Sabía que había algo que me ocultaban.

-Helena, no sé cómo decirte esto-dijo la seria mujer analizando pudorosamente mi turbado rostro-Se trata de un asunto muy delicado.

-¿Qué ocurre?-pregunté nerviosamente al atinar en el rostro de la agente una mueca que nada me agradó.

-Ayer por la noche encontramos a tu madre cerca del puente de Westminster-Hizo una breve pausa y siguió hablando-Al parecer tenía intención de marcharse del país. En el interior de la guantera hallamos un billete de avión con destino a España y en el maletero de su coche una maleta repleta de ropa y objetos personales-informó la agente Damon dejándome momentáneamente pasmada-¿Tenías constancia de que iba a marcharse del país?

Negué lentamente con la cabeza mientras procesaba en mi mente cada una de las palabras que la mujer había pronunciado. Había tenido intención de abandonarme. De repente todo encajó. Aquellos sujetos que horas antes habían irrumpido en mi casa no tenían intención de matar a mi madre por dos mil miserables libras. Ese tipo de gente manejaba millones cada día, ¿Por qué molestarse en intentar asesinar a alguien que tan sólo les debía lo que para ellos era una verdadera minucia? Alicia debía deberles muchísimo dinero. Me había chantajeado psicológicamente para que le entregase el dinero que necesitaba para huir del país, abandonándome a mi suerte. Seguramente había sido consciente de que aquella gente podría llegar a hallarme en mi domicilio, por esa razón me había dejado la nota. Por esa razón había escapado. Porque finalmente ellos le habían encontrado.

-No sabía nada-respondí en un tono de voz desgastado que ambos agentes percivieron.

-Por lo que hemos podido averiguar, hiciste una transacción desde tu cuenta particular a la de tu madre-declaró la policía fijando su adusta mirada en mí, que permanecía totalmente ausente-Le entregaste aproximadamente dos mil libras.

-Dos mil ochocientas-murmuré en un hilo de voz en el instante en el que posaba mi acongojada mirada en la joven mujer asentada a mi lado.

-¿Puedo preguntarte cual es la causa por la que le entregaste ese dinero a tu madre?-inquirió la agente.

Desvié mi mirada de sus interrogadores ojos castaños para dirigirla a mis entrelazadas manos. Intentaba reprimir el llanto, aunque éste luchaba por lograr brotar de mis afligidos ojos. Me sentía utilizada. Era una sensación tan desoladora que a penas era capaz de mantener la serenidad necesária para proseguir con la interrogación a la que estaba siendo sometida.

-Me lo pidió-declaré alzando el rostro para evitar que de mis acuosas retinas pudiesen escapar aquellas odiosas lágrimas que no era capaz de contener-Dijo que lo necesitaba. Que estaba metida en algo y que le estaban buscando.

La mujer se levantó de la desgastada butaca para asentarse junto a mí en la cama. Cogió delicadamente mis trémulas manos entre las suyas y me contempló bondadosamente, instigándome a seguir con la conversación.

-¿Quién le buscaba?-preguntó cuando logré calmarme.

Negué nuevamente sin poder responder a su sencilla pregunta. Se suponía que no recordaba ninguno de los sucesos acaecidos en mi casa, y eso incluía claramente a los hombres que aquella noche habían acudido a ella con la única intención en mente de matar a mi madre.

-No lo sé-respondí nuevamente notando cómo se iba quebrando mi voz.

La calma volvió a inundar cada recodo de la nítida estancia. Había algo más, algo más que debían contarme. Por primera vez el hombre situado junto a la ventana intervino en la conversación. Se mantuvo distante, aunque no mostró ningún tipo de frialdad ni en su manera de mirarme ni de hablarme.

-¿Estaba metida en asuntos relacionados con drogas?-inquirió con una calma sobrehumana.

Podía percibir en su forma de hablar y de comportarse una gran experiencia en el ámbito policíaco. Se trataba de un verdadero profesional.

-Creo que sí-respondí tras algunos segundos de incesante silencio.

El hombre asintió levemente a la vez que extraía del interior del impermeable azul marino que vestía un gran sobre color ocre que captó mi atención.

-Helena-llamó la mujer situada ante mí-Debo comunicarte que tu madre-hizo una larga pausa mientras buscaba las palabras apropiadas-Hallamos el cadáver de una mujer de mediana edad en el interior de un Opel Kadett blanco. Creemos que se trataba de tu madre-añadió con el mayor tacto posible.

Perdí lo noción del tiempo, del espacio. Me quedé íntegramente en blanco. Durante varios minutos mi mente permaneció vacía, impenetrable. Podía sentir el calor que irradiaban las manos de la agente dispuesta frente a mí, pero era completamente incapaz de escucharle, de ojearle, de olerle. Todo se volvió momentáneamente oscuridad. No sé cuanto tiempo pasó hasta que logré escapar de la conmoción en la que me había hallado prisionera. Mis ojos se empañaron a la vez que recobraba el sentido de la vista junto con el de los otros dos que hasta entonces habían quedado inutilizados. Percibí murmullos próximos, aunque fui incapaz de hallar en ellos sentido alguno. En el instante en el que una gruesa lágrima lograba escapar de mi ojo izquierdo, ingresó en la sala la enfermera que había cuidado de mí durante mi corta estadía en el hospital. Junté con fuerza los labios para impedir que un gemido provocado por el llanto pudiese escapar de mi garganta.

-¡Esto ha llegado demasiado lejos!-escuché que replicaba.

Aquellas cálidas manos se alejaron de las mías en el instante en el que la sanitaria les ordenaba a los agentes que abandonasen la estancia. Permanecí distante durante casi dos minutos. Escuché la conversación que los tres individuos mantenían sin lograr intervenir en ella hasta que mi vista atisbó en primer plano el gran sobre ocre que el policía todavía mantenía aferrado en su mano derecha.

-¿Qué hay dentro?-pregunté con voz débil consiguiendo que los presentes cesasen la acalorada discusión que mantenían.

El agente me miró con confusión hasta que descubrió, siguiendo la trayectoria que marcaba mi fija vista, cual era la razón por la que había planteado dicha pregunta.

-Fotografías-respondió escasamente el hombre de cabellos cobrizos, los cuales contrastaban con su blanca piel, en gran parte recubierta por una corta barba-De la mujer que encontramos en el puente-añadió al contemplar el gesto de insatisfacción que había elaborado ante su seco comentario.

La enfermera esbozó una mueca de enfado a la vez que volvía a pedirles a los policías, de manera muy poco cordial, que se marchasen del lugar.

-Quiero verlas-pedí en el instante en el que ambos individuos accedían a abandonar la sala.

Observé el gesto de incredulidad que la sanitaria me dedicó en el instante en el que el hombre se aproximaba a mi cama para mostrarme dichas fotografías.

-Te advierto que no se trata de un espectáculo nada agradable-me avisó mientras sacaba del interior del sobre cinco instantáneas-¿Estás segura de que quieres verlas?

Asentí livianamente mientras el policía depositaba cada una de las imágenes sobre las revueltas sábanas que cubrían la cama en la que me hallaba sentada. No podía quedarme con la duda. Necesitaba saber si era mi madre la que se hallaba muerta en el interior de aquel coche, aunque ya sabía la respuesta. Sabía que era ella, pero necesitaba constatarlo.

Visualicé cada una de las fotografías con una serenidad impropia de mí. Contemplé el cuerpo inerte de mi madre sobre el asiento del conductor del coche que mi padre le había regalado a Alicia para su vigésimo cumpleaños. Alrededor de su agujereada sien se aglutinaban varios mechones de pelo adheridos a la reseca sangre que cubría gran parte de su rostro. Analicé detalladamente cada una de las instantáneas sin atreverme a hacer ningún comentario.

-¿Es ella?-preguntó el agente Swank pasados algunos minutos.

-Si-respondí endeblemente mientras apartaba mi vista de las horripilantes imágenes que había examinado.

Escuché el ahogado gemido que efectuó la enfermera. No sabía cual era la causa por la que se inmiscuía tanto en aquel asunto que a ella tan poco le atañía, aunque realmente poco me importaba.

-¿Estás segura?-inquirió insistentemente el añoso hombre.

-Si-volví a responder en el instante en el que limpiaba con mi desnuda mano las pocas lágrimas que habían logrado aflorar de mis firmes parpados.

Ambos agentes me observaron con lástima, aunque para entonces mi mirada ya no estaba posada en ellos, sino en los múltiples ramos que abarrotaban la sala. Por fin entendía cual era la causa de que en el lugar se hallasen tantísimos ramos de flores. La noticia ya se había expandido. Seguramente todos mis familiares lejanos y mis pocos amigos ya se habían enterado del asesinato de mi madre, incluso antes que yo.

-¿Han hablado con mis familiares?-quise saber a la vez que fijaba mi vista en los policías.

-Todavía no-respondió la agente Damon dejándome desconcertada-Intentamos establecer contacto con algunos de ellos, aunque por el momento no hemos podido localizarlos.

-¿Podrías darnos la dirección de algún pariente cercano?-pidió el policía sacando el bloc de notas y el bolígrafo que guardaba en el bolsillo interior de su impermeable.

La única persona con la que mantenía relación directa era con tía Marga, la cual no era ni siquiera mi verdadera tía, sino que era prima hermana del primo segundo de mi padre.

-No tengo parientes cercanos-no quería entrometer a nadie más en aquel turbio asunto.

Tía Marga vivía en un pueblecito llamado Windsor ubicado en las afueras de Londres. Era un lugar retirado del bullicio de la ciudad. Tenía una vida tranquila, apacible y rutinaria, la cual tan sólo deseaba compartir con sus adorables gatos siameses.

Aquel efímero pensamiento derivó en otro mucho más mágico. Más irreal.

-Entiendo-murmuró el policía volviendo a guardar los utensilios en el bolsillo de su impermeable.

-Si ya han terminado, les agradecería que abandonasen la habitación-comentó la indignada enfermera de manera fingidamente cordial.

-De acuerdo-farfulló la agente Damon tras dedicarme una tímida sonrisa-Espero que te recuperes pronto. Lamento mucho lo ocurrido-mustió finalmente antes de desaparecer tras puerta seguida por su compañero, el cual me contempló con amabilidad antes de marcharse del lugar.

Observé sin demasiado interés el trabajo que la sanitaria estaba efectuando. Estaba volviendo a adormecerme. Me recosté sobre la dura cama en el instante en el que dirigía mi acongojada mirada hacia la enfermera, que me sonrió con dulzura.

-Ahora descansa-dijo segundos antes de que me sumiese en un profundo sueño que logró apaciguar tenuemente el sentimiento de culpa que sentía por no haber podido ayudar a mi madre y el sentimiento de odio y cólera por haber sido engañada y abandonada por la única persona en el mundo por la que hubiese dado mi vida sin siquiera planteármelo una décima de segundo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola!! Soy MandrágOra del otro foro..
Me encanta el curso de la historia, y amo cómo escribes y describes las emociones, las acciones, todo.. es perfecto. Decididamente soy tu fan, sabelo :)
Bueno, te dejo muchísimos besos, y espero que lo continúes pronto.
Besitos.
M.-

 
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